1/27/2021 0 Comments SueñosHace años que suelo tener un sueño recurrente.
Es un lugar saliendo de Madrid. No existe como tal, pues una vez intenté buscarlo y no lo encontré. Se sitúa entre Arganda del Rey y Aranjuez más o menos. Siempre voy en coche y en determinado momento cojo un desvío por un camino. Sigo, pero llega un momento en el que tengo que abandonar el coche. Me bajo de él. No sé a dónde voy exactamente, pero sé que es por allí, siguiendo el sendero y cruzando un pequeño puente. Me cruzo con gente que vuelve. Me sonríen. Parece que saben a dónde voy. Empiezo a subir una montaña. Ya no hay nadie. Miro al horizonte y diviso un amplio valle, lleno de arboles con un verde intenso, parecen encinas, robles, sauces y pinos. La tierra es marrón claro e intensa también, con el brillo propio de cuando está mojada. Hay sol, pero hace helor. Sigo subiendo la montaña y llego a una especie de mirador. Intento ver dónde he aparcado, pero es imposible, se me está haciendo tarde y debería volver. Salto al vacío y comienzo a planear. Tengo miedo, pero es cómo si ya lo hubiera hecho antes. Muevo los brazos para subir un poco y me sigo dejando caer. Es una sensación muy placentera. Paso por encima de varias personas que me miran con envidia. Yo sonrío. Debajo de mi hay unos chiringuitos y piscinas naturales. Llego a un pueblo. Ya en el suelo, busco un autobús que me lleve de regreso a la ciudad. Es casi de noche y no sé dónde estoy. Me monto en el primero que pasa. No quiero volver, pero no soy dueño de mis acciones. El autobús me deja en algo parecido al final de Madrid Río, por la zona de Legazpi, pero no tiene nada que ver con la realidad. Me sorprende cómo ha cambiado todo. Ahora todo es gris y feo y empiezo a tener miedo, así que corro buscando una boca de metro, pero no encuentro nada. Corro cada vez más, hasta que me despierto. Hacía mucho que no soñaba con ese lugar, pero es un lugar donde puedo volar y sentirme libre.
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1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte IA la señorita desastre se le acababa de caer una garrafa de aceite en la cocina. Otra vez no, pensó. Otra vez haciendo gala a su nombre. Además era un aceite del bueno, preparado y macerado. No se lo podía creer. Estaba todo el suelo pringoso. La limpieza de todo aquello se presentaba titánica. Porqué era tan torpe, se repetía una y otra vez. Porqué esa torpeza no había hecho que se desarrollaran mejor sus reflejos y equilibraran las fuerzas. Se quedó mirando el desastre, cómo se esparcía despacio, sin prisa pero sin pausa, el denso aceite por las baldosas formando un círculo cada vez más grande. Estaba hipnotizada con el flujo de ese precioso líquido. Era como ver el Universo allí mismo, en su cocina, expandiéndose inexorablemente delante de ella, para su agonía y deleite. De fondo sonaba una melodía de Debussy, Claro de luna.
Después de un pequeño momento de hundimiento, salió de su hipnosis, se armó de valor y optimismo y, aprovechando que todo resbalaba comenzó a bailar. Cerró los ojos y se imaginó bailando en un gran teatro a la italiana, de los clásicos, esos que tiene un alto arco de embocadura, donde las altas esferas hacen negocios en los palcos y la gente va muy peripuesta. Se imaginó mirando hacia arriba y viendo como bajaban del torreón de tramoya dos bailarines esbeltos con alas, un ángel de blanco y un arcángel de negro, que le cortejaban y recordaban la futilidad de la vida. Su vida tendía hacia el caos. Hacia el constante riesgo. Una vez se quedó dormida con el cigarro en la boca y se hizo una quemadura en el cuello. Esa quemadura le recordaba que seguía viva y que podía comerse el mundo. Eso sí, con el peligro de atragantarse. Pero eso le hacía especial al resto. Esos desastres cotidianos le hacían más entrañable, más humana y más divertida. Si pudiéramos tener una bola de cristal y ver su día a día, sus pequeñas acciones rutinarias, nos esbozaría una sonrisa, porque sus movimientos rápidos y dulces, aleatorios y despistados, enamoraban a cualquiera. Le encantaba salir a pasear y perderse por las calles. Ya se había acostumbrado a no llevar una ruta fija y dejarse sorprender por lo que se encontraba en el camino. Se conocía todas las calles, porque había paseado por todas, pero nunca se las memorizaba y, si había alguna tienda o sitio que le había gustado y quería volver, siempre daba unas cuantas vueltas de más para encontrarlo. Quizás esos despistes los tuviera porque era una mujer muy creativa. Tenía un mundo interior lleno de ideas que le hacían evadirse de la realidad. A eso se dedicaba. Recordó que en una cafetería de una de esas calles de su barrio, se le había ocurrido el principio de un relato que tenía que escribir para la revista en la que trabajaba. Lo había titulado "La señorita desastre". Bajo ese pseudónimo relataría sus propias experiencias. No sabía muy bien qué es lo que quería contar, solo se le había ocurrido la idea, así que, decidió que lo mejor sería volver a la cafetería para retomar la inspiración. Además, el camarero era muy guapo ¿O el camarero guapo era de otra cafetería? En fin, lo descubriría cuando llegara. Pero ahí estaba el pequeño problema. No recordaba cómo llegar. Voy a empezar a apuntar las cosas, porque menudo caos, se increpó. Se puso un vestido negro que le marcaba su figura, nunca se sabía a quién podía ponerte el destino delante, cogió su chupa vaquera, sus gafas de sol y salió a la calle en busca de esa cafetería. La señorita desastre sería un desastre, pero era muy sexy. Estuvo un rato vagando por las calles sin saber muy bien por dónde ir. Se entretuvo en varios escaparates y por fin dio con la cafetería. O eso pensaba, porque no acababa de estar segura del todo. Entró y miró al camarero, que, efectivamente, era bien guapo. Este, al verla, le sonrió, se acercó a ella y le dijo: buenas tardes señorita desastre, la estábamos esperando, ¿tomará lo de siempre? Ella asintió, se dejó llevar hasta un asiento que le tenían reservado y se acomodó. Delante de ella había un pequeño escenario con un piano de cola. El camarero guapo le trajo un cóctel, se subió al escenario, se sentó delante del piano y comenzó a tocar una melodía de Debussy, Claro de luna. Ella sacó de su bolso una libreta y comenzó a escribir: A la señorita desastre se le acababa de caer una garrafa de aceite en la cocina. 1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte IILa señorita desastre no se podía dormir. Llevaba toda la noche lloviendo. Llovía con tanta fuerza que daba miedo, pero a la vez era preciosa esa virulencia salvaje.
Miraba la ventana desde la cama, las gotas resbalando y emparejándose, formando pequeños hilos de agua similares a un río. Le encantaba. Le relajaba. Pero de repente se puso un poco triste. Se dio cuenta de que no todas las gotas se juntaban con otras. Había algunas que estaban solas, desde que impactaban en la ventana, hasta que resbalaban hasta el final de esta y desaparecían. Ella era como una de esas gotas solitarias. ¿Sería la señorita desastre un desastre también en el amor? No debería. Ella era una mujer increíble, independiente, bella e inteligente y si ahora estaba sola era porque quería, porque no había encontrado a alguien que la valorase como se merecía. Pero eso no era un desastre. Eso era la vida. Eso la empoderaba y la hacía todavía más atractiva. Seguro que había otra persona desastre por ahí con quien compartir nuevos desastres; desastres bonitos, desastres locos, desastres inolvidables. La señorita desastre sonrío. Se levantó de la cama, apagó la música del portátil (era esa canción de Ray Lamontagne lo que le puso triste realmente), abrió la ventana y con delicadeza colocó su fino dedo índice sobre una de las gotas solitarias, la miró y se la puso debajo del ojo para que se juntara con una lágrima que acababa de brotar. Gota y lágrima se fundieron y resbalaron por su mejilla hasta la comisura de sus labios. La noche era larga y ella no tenía sueño. Un ruido la sacó de su ensimismamiento . Cerró la ventana y fue a ver qué pasaba. Intentó encender la luz del pasillo, pero no funcionaba, habían saltado los plomos. Volvió a por el móvil y puso la linterna. Maldita instalación eléctrica, dijo en voz alta. Solía decir muchas cosas en voz alta. Le gustaba maldecir en voz alta. Se acercó a tientas hasta la caja de luces y la iluminó. Volvió a subir los plomos, pero volvieron a saltar. Algo hacía contacto. Fue a inspeccionar la casa buscando al causante de ese desastre. Por suerte no tenía muchas cosas en el congelador, pensó. Iluminó la cocina. Nada sospechoso. Iluminó el baño. Nada tampoco. Y al entrar al salón, sin necesidad de iluminarlo, una gota le cayó en la cabeza. Ahí estaba la culpable ¡Una MALDITA gotera! Debía de estar haciendo cortocircuito con los cables de la luz. Volvió a la cocina a por una fregona y un cubo. Colocó el móvil en una mesa para iluminarse y fregó el suelo mojado. Allí estaba una vez más la señorita desastre en una situación ridícula pero entrañable, fregando a oscuras. Acabó de fregar y colocó el cubo debajo de la gotera. Ya llamaría mañana a un electricista. Se volvió a la cama. Cerró los ojos e intentó dormirse escuchando cada gota golpeando el cubo: cloc... Cloc... Cloc... Tenía una cadencia casi continúa de unos cuatro segundos: cloc... Cloc... Cloc... El cubo tardaría varias horas en llenarse: cloc... Cloc... Cloc... Ya estaba dormida: cloc... Cloc... Cloc. 1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte IIILlegaba tarde a la Universidad. Otra vez. Y ya sabía lo que ocurría cuando llegaba tarde a las clases del profesor Emilio. Pero no adelantemos tan gracioso y humillante acontecimiento. Se preparó un desayuno de urgencia que consistía en mojar en café del día anterior, si es que quedaba, un cruasán, si es que tenía. No le dio tiempo a maquillarse. No podía perder ese valioso tiempo. Cuanto más tarde llegara peor sería su entrada en el aula y mucho más cómica para el resto de la clase. Salió pitando de casa sin darse cuenta de que llevaba un calcetín de cada color. Sin embargo, la gente pensaría que lo habría hecho a propósito. Más de una tendencia se originó así, con un error de cálculo. Alguien en el bus miraría a la señorita desastre, desaliñada, al natural y con un calcetín de cada color, pero aún así tan bella, que al día siguiente él, o ella, haría lo mismo. Recordaría que, si la señorita desastre lucía así, él, o ella, lucirían así también, tan desaliñados, tan naturales, tan bellas. Lo que generaría una ola de contagio en la moda que, como ya hemos dicho, marcaría tendencia. La tendencia de ir desaliñada, natural y bella. O desaliñado, natural y bello. O si nos ponemos en plan modernos, desaliñade, natural (esta palabra no cambia) y belle (como en francés).
Así era ella, una influencer sin saberlo. Porque se dice así, influencer, creo. Con sus followers, los disasters. En la tranquilidad del bus tampoco se percató del percance con los calcetines porque iba pensando en cuántas sillas tiraría en clase y en las carcajadas de sus compañeros. Sí, pensaba en eso, os preguntaréis porqué, pues porque el profesor Emilio tuvo una brillante idea: ¿Cómo puedo hacer para que mis alumnos no lleguen tarde a clase, sin prohibirles la entrada, pero avergonzándoles un poco, para que el resto de la clase, y yo incluido siendo honestos, nos riamos y, poco a poco, con tal de no pasar esa vergüenza, sean puntuales? Pensó. El profesor Emilio estuvo varias noches sin dormir dándole vueltas a esa pregunta. Se le ocurrieron muchas cosas, pero ninguna le convencía. Su mujer una noche le increpó "Emilio por favor, no pienses tan fuerte que no me dejas dormir", lo siento, pero necesito resolver este enigma, ya sabes que para mi la puntualidad es primordial, innegociable, pero no quiero que se pierdan las clases, no quiero ser uno de esos profesores arcaicos e inflexibles, quiero que lo que se me ocurra lo recuerden toda la vida y se lo cuenten dentro de diez años a alguien que acaben de conocer, a un amor incipiente de esos en los que te cuentas miles de anécdotas mientras dices lo típico de "los mejores años de tu vida son los de la Universidad", eso quiero María, quiero hacer historia ¡quiero ser inmortal!, le contestó viniéndose arriba e imaginándose la típica musiquilla motivadora de las películas americanas, cuando el protagonista da un discurso motivacional que cambia todo el curso de los acontecimientos. Vale Emilio, me parece estupendo, pero yo quiero dormir y no me estás dejando. Perdón María, se disculpó Emilio mientras todo ese subidón, con el que esperaba iluso, un feedback de su esposa y poder juntos hallar la solución, se vino abajo. Aquello no era Hollywood señores, aquello era la maldita realidad. Su maldita realidad. Así que, resignado, el profesor Emilio se durmió con una nueva, débil e incipiente idea que jamás llevaría a cabo: debería dejar a mi mujer. La señorita desastre ya estaba en la facultad. De tanto que corrió del bus hasta allí tuvo que parar y tomar aire. No solía correr mucho y encima tenía un poquito de asma. Se chutó una dosis de su ventolín, miró su reloj, diez minutos tarde, se armó de valor y abrió la puerta de clase. Le costó un poco, pero lo consiguió y ¡BUM! una ristra de sillas que había apoyadas en la puerta en equilibro se cayeron al suelo haciendo un ruido espantoso. Esa fue la grandiosa, estúpida e inmortal idea del profesor Emilio. Otra vez la señorita desastre, le increpó el profesor, cómo no, acaba de batir usted el récord que casualmente ya era suyo. Acaba de tirar al suelo ¡ciento veinte sillas! y comenzó a reír malvadamente. Es imposible, dijo ella avergonzada mientras la clase reía y reía, es imposible, si cada vez que alguien llega tarde pones una silla, no somos tantos alumnos, no ha pasado tanto tiempo. La clase y el profesor Emilio reían y reían. Ahora tendrá usted que volver a colocarlas y añadir una más. No, no, no puede ser, lloraba ella. Además lleva usted un calcetín de cada color, reía él cada vez más despiadado. No, no, es imposible. Y está usted ¡DESNUDA! La señorita desastre se despertó en su cama alterada y sudorosa. Había tenido, como ya supondréis, una pesadilla. La señorita desastre ya no iba a la Universidad. La terminó hacía más de diez años. Pero como auguró el profesor Emilio, esa anécdota se la contó la tarde anterior a un chico al que conocía desde hacía poco y que se estaba empezando a pillar por ella, mientras recordaban a viejos profesores y decían la típica, manida y discutible frase que reza: "los mejores años de la vida son los de la Universidad". 1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte IVTenía las piernas más bonitas de todo el barrio. Lo sabía y por eso se ponía tacones. Nadie que se cruzara con ella podía ignorarlo. Eran motivo de deseo de muchos y de envidian de muchas. Caminaba con estilo y sin prisa. Le encantaba caminar y sentir los rayos de sol. Ese sol que bañaba su barrio de Madrid era el mismo sol que bañaba su ciudad natal, tan lejana , de la que llevaba fuera casi una década. La recordaba con anhelo: sus calles, sus colores, sus olores, su gente.
Aunque llevaba tanto tiempo fuera no había perdido su acento, aunque éste tenía expresiones gatas. Llegó a su casa por fin. Venía del trabajo. Buscó la llave en el bolso y no la encontró. Buscó más, nada. No estaba. Se la habría dejado en el trabajo y ya no podía volver porque estaría cerrado. Llamó a su hermana, que tenía una copia de la llave, pero no se lo cogía. Le mandó un audio contándole lo sucedido. No sabía qué hacer. Decidió ir al museo Reina Sofía. Vivía muy cerca. Así haría tiempo hasta que su hermana le devolviera la llamada. Le encantaba el arte. Visitó "El Guernica", los cuadros de Miró, de Dalí, se quedo ensimismada con el "El gran masturbador" y sintió cómo unos calores le subían por el cuerpo. Comenzó a excitarse. Por dentro era todo fuego. No había nadie más en la sala, salvo el vigilante, que la miraba embobado sin que ella se diera cuenta. Por dentro él era fuego también y estaba excitado. Era lo mejor que le había pasado en todo su largo y aburrido día en esa sala. Mírame, pensó él. Lo pensaba con todas sus fuerzas. Mírame, por Dios, mírame. Ella sintió un escalofrío por el cuerpo y volvió en sí. Salió deprisa un poco avergonzada y sin mirar al vigilante. Ya en el pasillo, mientras iba a otra sala, escuchó un "¡Joder!" al que no prestó ninguna atención. Ese joder lo gritó el vigilante de la sala cagándose en su incapacidad de haberle dicho algo tipo "esas piernas si que son surrealistas", no, no, eso era muy vulgar, mejor algo tipo "este cuadro lo pintó Dalí al poco de aparecer Gala en su vida", o algo más curioso, como que "a Dalí siempre le aterrorizaron los saltamontes", o un jodido simple "hola". Ese joder escondía una de esas oportunidades únicas que se te presentan en la vida y él la había dejado escapar. Quién sabe si la volvería a ver. Lo que está claro es que tardaría mucho en olvidarla. Ese efecto producida la señorita desastre allá por dónde iba. Ella muchas veces no se daba cuenta, otras veces sí. Esta vez fue una pena que ignorara a ese chico y saliera avergonzada por su excitación, porque ese chico era de su tipo y podría haber hecho tiempo con él hasta que pudiera volver a su casa. Pero el destino es así de caprichoso, cuantas veces nos habremos dejado escapar el amor sin tan siquiera darnos cuenta. La señorita desastre subió a la cuarta planta a ver a Kandinsky y sus maravillosos cuadros salpicados milimétricamente por miles de colores. Recordó una frase del libro "De lo espiritual en el arte" que decía: cualquier creación artística es hija de su tiempo y madre de nuestros propios sentimientos. Ella también era artista, le encantaba dibujar y perderse en los trazos de su imaginación, probar colores, formas, texturas. Le sonó el móvil y el vigilante de esa sala le hizo un gesto cabreado para que quitara el sonido. Este vigilante era un viejo mustio que llevaba toda la vida en ese museo y le molestaba todo. Qué pena que no le hubiera sonado el teléfono en la sala de Dalí, habría sido una excusa perfecta para que el otro vigilante hablara con ella. Cogió el teléfono y se fue a otra sala para evitar la mirada asesina de ese viejo loco que la vigilaba. Habló en voz baja. Si su voz era dulce, susurrando era para enloquecer. Era su hermana. No volvería a casa hasta dentro de dos horas. ¿Qué podría hacer en dos horas? Siguió por otra sala y se topó con la proyección de una película, "La ventana indiscreta". Estaba terminando. Se quedó mirándola y una vigilante se acercó a ella y le advirtió de que era el final, por si acaso no la había visto. La señorita desastre le preguntó si le podía avisar cuando volviera a empezar, que quería verla, ella le dijo que sí, así que esperó en la sala de al lado viendo unas esculturas de Antonio López, un hombre y una mujer desnudos, con la mirada al infinito. Allí estaba ella mirando a los ojos de esas dos esculturas de madera de abedul y cristal. Sentía que en cualquier momento le dirían algo: sácanos de aquí por favor, ponnos algo de ropa, llevamos desnudos mucho tiempo, toda nuestra existencia, tenemos frío. Se pegó un buen susto cuando la vigilante le tocó el hombro para avisarla de que la película volvía a empezar. ¿Cuántas veces te la has visto? Le preguntó a la vigilante. He perdido la cuenta, respondió. Es la película que más veces he visto en mi vida. Cada vez que me toca esta sala la veo tres veces. La vigilante empezó a recitar los diálogos de los actores imitando su entonación. A la señorita desastre le dio un ataque de risa y tuvo que correr al baño porque casi se mea encima. Volvió a la sala y continuó viendo la película. Hablaron y congeniaron. La película se apagó sin que hubiera terminado. Eran casi las nueve y el museo cerraba. La señorita desastre le contó lo que le había pasado, así que, para hacerle compañía mientras esperaba a su hermana, decidieron irse a un bar a tomar unas cañas. Se llevaban tan bien que las cañas se convirtieron en copas y acabaron saliendo de fiesta. Su nueva amiga le ofreció quedarse en su casa, así no tendría que ir donde su hermana a por las llaves. Hacía tiempo que no se lo pasaba tan bien y se dejó llevar por la noche madrileña. Era martes, pero la ciudad escondía rincones dónde siempre se podía ir a pasárselo bien. Eran el foco de todas las miradas. De todos los buitres nocturnos que las deseaban. Pero ellas no querían ligar. Se habían conocido y estaban celebrando su nueva y, la que sería muy duradera, amistad. Al día siguiente, con una resaca galopante y la misma ropa, volvió al trabajo. Lo primero que hizo antes de que se le olvidara fue coger sus llaves. La aventura estaba bien, pero quería volver a su casa. Pasó el día a duras penas. Vomitó un par de veces y al final tuvo que mentir y decir que algo le había sentado mal y que se tenía que volver a casa. Era miércoles y a nadie se le pasó por la cabeza que tuviera resaca. Le animaron y le dijeron que no tenía que haber siquiera venido. Tampoco sabían que se había dejado las llaves. De vuelta a su casa andaba deprisa, ya no disfrutaba el camino como el día anterior. Llegó, se tumbó en la cama y se acabó de ver "La ventana indiscreta". Bueno, se quedó dormida casi al final. 1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte VLa señorita desastre paseaba por Lavapiés cuando de repente le llegó un olor a hachís que le recordó a Jon, un antiguo compañero de piso con el que vivió un año.
La señorita desastre le eligió como compañero por que cumplía los requisitos que buscaba para compartir piso: estaba casi todo el día fuera de casa trabajando, era vasco y su novia vivía en Bilbao, por lo que los fines de semana le dejaba la casa libre y era guapo, que eso siempre alegra la compañía. La convivencia era agradable. Jon era un buen chico. Nunca se enteró en qué trabajaba exactamente, algo con oxígeno y nitrógeno, no sabía muy bien, era ingeniero eso sí lo sabía y trabajaba un año sí y otro no, así que debería ser buen trabajo, porque el año que no trabajaba se lo pasaba viajando por todo el mundo. Ese año le tocó trabajar en Madrid y compartió su estancia con ella. Dos personajes curiosos viviendo en el mismo espacio y tiempo. Ella se acordaba ahora de él, pero seguro que el se acordaba de vez en cuando de ella y sus pequeños desastres cotidianos. Cada martes, cuando ella regresaba a casa se encontraba la misma estampa: música de Leonard Cohen sonando en el tocadiscos a un volumen alto; humo por el pasillo que con la luz vespertina creaba una atmósfera melodramática; y en la cocina él, alto, rubio y con ojos azules, bebiendo whisky con hielo y quemando una piedrecita de hachís; con la mirada taciturna y evadida, absorto en la voz del cantautor canadiense que decía: It's four in the morning, the end of december. - ¿Otra vez habéis roto? Preguntaba ella. - Esta vez es definitivo. Respondía destrozado él. - Seguro que el viernes lo volvéis a arreglar y te subes a pasar el finde a su lado. Intentaba animarle ella. - No, está vez no. Esta vez es para siempre. Se acabó. Es irreparable. No aguanto más. Sentenciaba él. Cada martes era igual. Un bucle. El día de la marmota. Ya no recordaba cuántas veces lo habían dejado para después, cada viernes, volver a reconciliarse; y el lunes, nuevamente, volver a dejarlo. Una y otra vez, una semana tras otra. Llevaban casi dos meses así. Un sufrimiento incomprensible y un amor extraño que luchaba contra la lógica y los imponderables de las relaciones. La señorita desastre asociaba el olor a hachís a ruptura, a tristeza, a una escena que bien podría haber escrito Bukowsky; pero Jon no era ese tipo de hombre que describen los escritores del Realismo Sucio; él era bueno, tenía buen corazón, aunque se emborrachara cada martes; él era introspectivo, profundo y misterioso, pero sobre todo era un sufridor. A veces llegaba a creer que disfrutaba ese sufrimiento, que se lo autoimponía como esas monjas de clausura que se autoflagelaban por penitencia. Hay que gente que hace del sufrir un compañero de vida. Ella se sentaba un rato con él, se servía un dedo de whisky, le daba una calada al porro y le acompañaba en silencio: I guess that I miss you, I guess I forgive you, I'm glad you stood in my way. Después se despedía y lo dejaba sumido en sus pensamientos, con la certeza de que volvería con su novia. La señorita desastre salió de su recuerdo y sonrió, era martes casualmente ¿Estaría Jon bebiendo, fumando y escuchando a Cohen? Al año dejó el piso para ir a vivir con su novia a Bilbao. Tuvo noticia de que se casaron, pero no volvió a saber de él. Llegó a casa, ahora vivía sola y a veces echaba de menos aquella pintoresca escena; abrió la vitrina, se sirvió un whisky y brindó por Jon, allá donde estuviera, sufriendo o no: Ah, the last time we saw you, You looked so much older, Your famous blue raincoat was torn at the shoulder. 1/27/2021 0 Comments SonrisasDeberíamos tener un espejo en la entrada de cada casa, para mirarnos antes de entrar y salir de ella, dedicar unos segundos a observar nuestro rostro, los ojos, la boca, el entrecejo... ser conscientes de nuestra expresión: de cansancio, de ira, de tristeza, de hastío, de "inexpresión", e intentar modificarla con una sonrisa. Si entramos y hay alguien dentro de la casa lo agradecerá. Si no hay nadie dentro de la casa, aunque no lo creas, lo notarás tú (es una forma de conexión y amabilidad hacia uno mismo). Y si salimos, probablemente, se la contagiemos a alguien (en el cerebro tenemos neuronas espejo que la reconocen e imitan).
Yo tiendo a tener una cara de póker constante, a la altura de Iván Mozzhujin en el efecto Kuleshov (experimento realizado por el cineasta ruso Lev Kuleshov, en el que intercalaba la misma cara inexpresiva del actor con un plato de sopa, un ataud y una niña jugando. El espectador tenía la sensación de que el actor cambiaba su expresión al reaccionar ante cada escena, adoptando hambre, tristeza y ternura, relativamente. Kuleschov lo llamó "Geografía creativa", refiriéndose a la capacidad de poder crear un mundo no real o "espacio cinematográfico" inventado gracias a la yuxtaposición de planos grabados en espacios distintos). A veces me miro al espejo y me asusto de mi inmovilidad facial. Me sonrío cínicamente, arqueo las cejas, muevo los labios, en definitiva, pongo caras para romper esa invariabilidad. Cuando soy consciente de mi expresión, muchas veces por verme reflejado en algún lugar, intento sonreír levemente, como la media sonrisa de Buda, que emanaba paz y serenidad, que iluminaba y contagiaba felicidad, aunque dudo mucho que mi media sonrisa forzada se acerque a eso. Pero poco a poco mi cara se va acostumbrando a esa sonrisa (gracias a la facilidad con la que me la producen mis sobrinas) y se va alejando de la cara Kuleschov. Según estudios neurológicos, las personas risueñas viven más, tienen mejor salud, son más atractivas y tienen mayor equilibrio emocional. Hay una sonrisa que destaca sobre las demás por su autenticidad (aunque cada vez más gente es capaz de imitarla para sus selfies, yo, como se puede comprobar en el selfie cutre que adjunto al texto, estoy a años luz de conseguirlo). Se llama la sonrisa Duchenne, por el doctor y científico francés Guillaume Duchenne que, en 1862, explicó que su característica principal era la elevación de las comisuras del labio, ayudado por las mejillas, abriendo levemente la boca, enseñando un poco los dientes y entrecerrando los ojos. Es una sonrisa espontánea y genuina, que nos delata las patas de gallo. Pese a las mascarillas, somos capaces de percibir la sonrisa a través de la mirada, y debido a las mascarillas, nos miramos más a los ojos, así que, aprovechemos para sonreírnos con la mirada. Como dice el maestro Thich Nhat Hanh, cuyos libros me han ayudado mucho en estos tiempos tan locos, "con tu sonrisa haces el mundo más bello". 1/27/2021 0 Comments Teoría del viaje. Michel OnfraySaberse nómada no basta para persuadirse de que volveremos a irnos, que el último viaje no será el final. Salvo si la muerte se aprovecha de un trayecto para acogernos... La pasión del viaje no abandona al cuerpo de quien ha experimentado los violentos venenos del cambio de aires, de la expansión del cuerpo, de la soledad existencial, de la metafísica de la alteridad, de la estética encarnada.
1/27/2021 0 Comments Las cartasHace poco encontré una carta que escribí con siete años a un amigo pero que no envié, no recuerdo por qué, aunque supongo que fue al cambiarme de colegio. En la carta le decía que había estado en el parque de atracciones y me lo había pasado muy bien y un par de cosas sin importancia, aunque para mi yo del pasado sí que merecieron la pena ser escritas.
Siempre me han fascinado las cartas, por el tiempo que se dedicaba a escribirlas a mano, por la belleza de la caligrafía, tan personal y auténtica, por el arte de narrar algo que consideras importante y por esa maravillosa estructura aristotélica: introducción, nudo y desenlace. Con la llegada de internet, ya en la adolescencia, cambié, como la gran mayoría, el papel por el email, aunque seguía manteniendo la forma de escribir como en papel. Cuando me iba de viaje me encantaba narrar cada varios días mis andanzas. Cuando llevaba tiempo sin ver a alguien, le preguntaba cómo le iba y le resumía cómo me iba a mi. Incluso mandé mails de amor. Seguro que alguien que lea este post tendrá algún email mío en una de estas tres variedades. Con la llegada del Whatsapp también se fue perdiendo esta práctica. ¿Para qué mandar un email pudiendo mandar un audio o un mensaje? Aun así, yo sigo, aunque cada vez menos, escribiendo de esta forma. Hace poco un amigo de la infancia me escribió un email preguntando por el libro de poesía que sacaré en breve. Vio la foto en instagram. Yo le contesté y nos intercambiamos varios emails resumiendo a grandes rasgos nuestras vidas. Llevamos más de veinte años sin vernos y serían muchas cartas las que nos tendríamos que escribir, así que, después de cuatro emails, decidimos que era mejor verse en persona. Hoy he estado toda la tarde con mis sobrinas. Sofía está aprendiendo a escribir y me pedía ayuda. He aprovechado para enseñarle a escribir una carta e intentar transmitirle el placer de esta bella tradición. Aunque reconozco que he disfrutado yo más ayudándola que ella escribiéndola. Su primera carta ha sido para su tata. - Primero vamos a poner "Querida Nuria" y después dos puntos. Y después ponemos ya el cuerpo de la carta, osea, lo que le quieres decir. - Que la quiero mucho. - Pues escribimos eso. "Te quiero mucho" - ¿Algo más? - Y que siempre la querré. - Pues lo ponemos también " Y siempre te querré" - ¿Algo más? - No. - Pues ahora le podemos hacer una carita sonriente y debajo firmas y pones la fecha. Ahora hay que buscar un sobre para meter la carta y poner a quién se la quieres entregar y ya está. - Quiero escribir otra Tito. - ¿Quieres escribirte una carta a tu yo del futuro? - ¿Cómo? - Pues escribimos un mensaje ahora, lo guardamos y dentro de un año lo sacamos y lo leemos. - Vale. Ay, las cartas. Qué nervios cuando la mandabas y qué felicidad cuando te llegaba una al buzón. 1/27/2021 0 Comments Una lección de humanidadVoy en el metro. Acaba de entrar un rapero y un hombre con acento italiano, bastante grande e imponente y con una mascarilla con una bandera de España bajada, le ha dicho de malas formas que se fuera. El rapero ha pedido perdón si le ha molestado y estaba dispuesto a irse cuando un hombre, con acento árabe, ha increpado al otro hombre y le ha dicho al rapero que no se fuera y que cantara. El rapero no quería problemas "es el día a día hermano". Otras personas le han dicho que cantara. El rapero ha cantado y rimado muy bien. Muchos del vagón le hemos dado dinero. El hombre de la mascarilla de España bajada y acento italiano increpaba cosas en bajo, pero no se ha atrevido a decirle nada. Al acabar de cantar, el hombre de acento árabe le ha dicho "lo que haces es arte, que nadie te impida hacerlo, yo te daría dinero pero vivo en la calle, gracias por alegrarme el día, ¿De dónde eres?" "De Venezuela hermano" y se ha bajado. "Deberías tener más respeto y ponerte la mascarilla" le ha dicho para finalizar el hombre que vivía en la calle al que ha empezado el conflicto.
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TextosEn este espacio iré subiendo diferentes textos, reflexiones, inquietudes, relatos que llevo dentro y quiero compartir. Pasen y lean. Archives
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