1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte IILa señorita desastre no se podía dormir. Llevaba toda la noche lloviendo. Llovía con tanta fuerza que daba miedo, pero a la vez era preciosa esa virulencia salvaje.
Miraba la ventana desde la cama, las gotas resbalando y emparejándose, formando pequeños hilos de agua similares a un río. Le encantaba. Le relajaba. Pero de repente se puso un poco triste. Se dio cuenta de que no todas las gotas se juntaban con otras. Había algunas que estaban solas, desde que impactaban en la ventana, hasta que resbalaban hasta el final de esta y desaparecían. Ella era como una de esas gotas solitarias. ¿Sería la señorita desastre un desastre también en el amor? No debería. Ella era una mujer increíble, independiente, bella e inteligente y si ahora estaba sola era porque quería, porque no había encontrado a alguien que la valorase como se merecía. Pero eso no era un desastre. Eso era la vida. Eso la empoderaba y la hacía todavía más atractiva. Seguro que había otra persona desastre por ahí con quien compartir nuevos desastres; desastres bonitos, desastres locos, desastres inolvidables. La señorita desastre sonrío. Se levantó de la cama, apagó la música del portátil (era esa canción de Ray Lamontagne lo que le puso triste realmente), abrió la ventana y con delicadeza colocó su fino dedo índice sobre una de las gotas solitarias, la miró y se la puso debajo del ojo para que se juntara con una lágrima que acababa de brotar. Gota y lágrima se fundieron y resbalaron por su mejilla hasta la comisura de sus labios. La noche era larga y ella no tenía sueño. Un ruido la sacó de su ensimismamiento . Cerró la ventana y fue a ver qué pasaba. Intentó encender la luz del pasillo, pero no funcionaba, habían saltado los plomos. Volvió a por el móvil y puso la linterna. Maldita instalación eléctrica, dijo en voz alta. Solía decir muchas cosas en voz alta. Le gustaba maldecir en voz alta. Se acercó a tientas hasta la caja de luces y la iluminó. Volvió a subir los plomos, pero volvieron a saltar. Algo hacía contacto. Fue a inspeccionar la casa buscando al causante de ese desastre. Por suerte no tenía muchas cosas en el congelador, pensó. Iluminó la cocina. Nada sospechoso. Iluminó el baño. Nada tampoco. Y al entrar al salón, sin necesidad de iluminarlo, una gota le cayó en la cabeza. Ahí estaba la culpable ¡Una MALDITA gotera! Debía de estar haciendo cortocircuito con los cables de la luz. Volvió a la cocina a por una fregona y un cubo. Colocó el móvil en una mesa para iluminarse y fregó el suelo mojado. Allí estaba una vez más la señorita desastre en una situación ridícula pero entrañable, fregando a oscuras. Acabó de fregar y colocó el cubo debajo de la gotera. Ya llamaría mañana a un electricista. Se volvió a la cama. Cerró los ojos e intentó dormirse escuchando cada gota golpeando el cubo: cloc... Cloc... Cloc... Tenía una cadencia casi continúa de unos cuatro segundos: cloc... Cloc... Cloc... El cubo tardaría varias horas en llenarse: cloc... Cloc... Cloc... Ya estaba dormida: cloc... Cloc... Cloc.
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