1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte IVTenía las piernas más bonitas de todo el barrio. Lo sabía y por eso se ponía tacones. Nadie que se cruzara con ella podía ignorarlo. Eran motivo de deseo de muchos y de envidian de muchas. Caminaba con estilo y sin prisa. Le encantaba caminar y sentir los rayos de sol. Ese sol que bañaba su barrio de Madrid era el mismo sol que bañaba su ciudad natal, tan lejana , de la que llevaba fuera casi una década. La recordaba con anhelo: sus calles, sus colores, sus olores, su gente.
Aunque llevaba tanto tiempo fuera no había perdido su acento, aunque éste tenía expresiones gatas. Llegó a su casa por fin. Venía del trabajo. Buscó la llave en el bolso y no la encontró. Buscó más, nada. No estaba. Se la habría dejado en el trabajo y ya no podía volver porque estaría cerrado. Llamó a su hermana, que tenía una copia de la llave, pero no se lo cogía. Le mandó un audio contándole lo sucedido. No sabía qué hacer. Decidió ir al museo Reina Sofía. Vivía muy cerca. Así haría tiempo hasta que su hermana le devolviera la llamada. Le encantaba el arte. Visitó "El Guernica", los cuadros de Miró, de Dalí, se quedo ensimismada con el "El gran masturbador" y sintió cómo unos calores le subían por el cuerpo. Comenzó a excitarse. Por dentro era todo fuego. No había nadie más en la sala, salvo el vigilante, que la miraba embobado sin que ella se diera cuenta. Por dentro él era fuego también y estaba excitado. Era lo mejor que le había pasado en todo su largo y aburrido día en esa sala. Mírame, pensó él. Lo pensaba con todas sus fuerzas. Mírame, por Dios, mírame. Ella sintió un escalofrío por el cuerpo y volvió en sí. Salió deprisa un poco avergonzada y sin mirar al vigilante. Ya en el pasillo, mientras iba a otra sala, escuchó un "¡Joder!" al que no prestó ninguna atención. Ese joder lo gritó el vigilante de la sala cagándose en su incapacidad de haberle dicho algo tipo "esas piernas si que son surrealistas", no, no, eso era muy vulgar, mejor algo tipo "este cuadro lo pintó Dalí al poco de aparecer Gala en su vida", o algo más curioso, como que "a Dalí siempre le aterrorizaron los saltamontes", o un jodido simple "hola". Ese joder escondía una de esas oportunidades únicas que se te presentan en la vida y él la había dejado escapar. Quién sabe si la volvería a ver. Lo que está claro es que tardaría mucho en olvidarla. Ese efecto producida la señorita desastre allá por dónde iba. Ella muchas veces no se daba cuenta, otras veces sí. Esta vez fue una pena que ignorara a ese chico y saliera avergonzada por su excitación, porque ese chico era de su tipo y podría haber hecho tiempo con él hasta que pudiera volver a su casa. Pero el destino es así de caprichoso, cuantas veces nos habremos dejado escapar el amor sin tan siquiera darnos cuenta. La señorita desastre subió a la cuarta planta a ver a Kandinsky y sus maravillosos cuadros salpicados milimétricamente por miles de colores. Recordó una frase del libro "De lo espiritual en el arte" que decía: cualquier creación artística es hija de su tiempo y madre de nuestros propios sentimientos. Ella también era artista, le encantaba dibujar y perderse en los trazos de su imaginación, probar colores, formas, texturas. Le sonó el móvil y el vigilante de esa sala le hizo un gesto cabreado para que quitara el sonido. Este vigilante era un viejo mustio que llevaba toda la vida en ese museo y le molestaba todo. Qué pena que no le hubiera sonado el teléfono en la sala de Dalí, habría sido una excusa perfecta para que el otro vigilante hablara con ella. Cogió el teléfono y se fue a otra sala para evitar la mirada asesina de ese viejo loco que la vigilaba. Habló en voz baja. Si su voz era dulce, susurrando era para enloquecer. Era su hermana. No volvería a casa hasta dentro de dos horas. ¿Qué podría hacer en dos horas? Siguió por otra sala y se topó con la proyección de una película, "La ventana indiscreta". Estaba terminando. Se quedó mirándola y una vigilante se acercó a ella y le advirtió de que era el final, por si acaso no la había visto. La señorita desastre le preguntó si le podía avisar cuando volviera a empezar, que quería verla, ella le dijo que sí, así que esperó en la sala de al lado viendo unas esculturas de Antonio López, un hombre y una mujer desnudos, con la mirada al infinito. Allí estaba ella mirando a los ojos de esas dos esculturas de madera de abedul y cristal. Sentía que en cualquier momento le dirían algo: sácanos de aquí por favor, ponnos algo de ropa, llevamos desnudos mucho tiempo, toda nuestra existencia, tenemos frío. Se pegó un buen susto cuando la vigilante le tocó el hombro para avisarla de que la película volvía a empezar. ¿Cuántas veces te la has visto? Le preguntó a la vigilante. He perdido la cuenta, respondió. Es la película que más veces he visto en mi vida. Cada vez que me toca esta sala la veo tres veces. La vigilante empezó a recitar los diálogos de los actores imitando su entonación. A la señorita desastre le dio un ataque de risa y tuvo que correr al baño porque casi se mea encima. Volvió a la sala y continuó viendo la película. Hablaron y congeniaron. La película se apagó sin que hubiera terminado. Eran casi las nueve y el museo cerraba. La señorita desastre le contó lo que le había pasado, así que, para hacerle compañía mientras esperaba a su hermana, decidieron irse a un bar a tomar unas cañas. Se llevaban tan bien que las cañas se convirtieron en copas y acabaron saliendo de fiesta. Su nueva amiga le ofreció quedarse en su casa, así no tendría que ir donde su hermana a por las llaves. Hacía tiempo que no se lo pasaba tan bien y se dejó llevar por la noche madrileña. Era martes, pero la ciudad escondía rincones dónde siempre se podía ir a pasárselo bien. Eran el foco de todas las miradas. De todos los buitres nocturnos que las deseaban. Pero ellas no querían ligar. Se habían conocido y estaban celebrando su nueva y, la que sería muy duradera, amistad. Al día siguiente, con una resaca galopante y la misma ropa, volvió al trabajo. Lo primero que hizo antes de que se le olvidara fue coger sus llaves. La aventura estaba bien, pero quería volver a su casa. Pasó el día a duras penas. Vomitó un par de veces y al final tuvo que mentir y decir que algo le había sentado mal y que se tenía que volver a casa. Era miércoles y a nadie se le pasó por la cabeza que tuviera resaca. Le animaron y le dijeron que no tenía que haber siquiera venido. Tampoco sabían que se había dejado las llaves. De vuelta a su casa andaba deprisa, ya no disfrutaba el camino como el día anterior. Llegó, se tumbó en la cama y se acabó de ver "La ventana indiscreta". Bueno, se quedó dormida casi al final.
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