1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte IIILlegaba tarde a la Universidad. Otra vez. Y ya sabía lo que ocurría cuando llegaba tarde a las clases del profesor Emilio. Pero no adelantemos tan gracioso y humillante acontecimiento. Se preparó un desayuno de urgencia que consistía en mojar en café del día anterior, si es que quedaba, un cruasán, si es que tenía. No le dio tiempo a maquillarse. No podía perder ese valioso tiempo. Cuanto más tarde llegara peor sería su entrada en el aula y mucho más cómica para el resto de la clase. Salió pitando de casa sin darse cuenta de que llevaba un calcetín de cada color. Sin embargo, la gente pensaría que lo habría hecho a propósito. Más de una tendencia se originó así, con un error de cálculo. Alguien en el bus miraría a la señorita desastre, desaliñada, al natural y con un calcetín de cada color, pero aún así tan bella, que al día siguiente él, o ella, haría lo mismo. Recordaría que, si la señorita desastre lucía así, él, o ella, lucirían así también, tan desaliñados, tan naturales, tan bellas. Lo que generaría una ola de contagio en la moda que, como ya hemos dicho, marcaría tendencia. La tendencia de ir desaliñada, natural y bella. O desaliñado, natural y bello. O si nos ponemos en plan modernos, desaliñade, natural (esta palabra no cambia) y belle (como en francés).
Así era ella, una influencer sin saberlo. Porque se dice así, influencer, creo. Con sus followers, los disasters. En la tranquilidad del bus tampoco se percató del percance con los calcetines porque iba pensando en cuántas sillas tiraría en clase y en las carcajadas de sus compañeros. Sí, pensaba en eso, os preguntaréis porqué, pues porque el profesor Emilio tuvo una brillante idea: ¿Cómo puedo hacer para que mis alumnos no lleguen tarde a clase, sin prohibirles la entrada, pero avergonzándoles un poco, para que el resto de la clase, y yo incluido siendo honestos, nos riamos y, poco a poco, con tal de no pasar esa vergüenza, sean puntuales? Pensó. El profesor Emilio estuvo varias noches sin dormir dándole vueltas a esa pregunta. Se le ocurrieron muchas cosas, pero ninguna le convencía. Su mujer una noche le increpó "Emilio por favor, no pienses tan fuerte que no me dejas dormir", lo siento, pero necesito resolver este enigma, ya sabes que para mi la puntualidad es primordial, innegociable, pero no quiero que se pierdan las clases, no quiero ser uno de esos profesores arcaicos e inflexibles, quiero que lo que se me ocurra lo recuerden toda la vida y se lo cuenten dentro de diez años a alguien que acaben de conocer, a un amor incipiente de esos en los que te cuentas miles de anécdotas mientras dices lo típico de "los mejores años de tu vida son los de la Universidad", eso quiero María, quiero hacer historia ¡quiero ser inmortal!, le contestó viniéndose arriba e imaginándose la típica musiquilla motivadora de las películas americanas, cuando el protagonista da un discurso motivacional que cambia todo el curso de los acontecimientos. Vale Emilio, me parece estupendo, pero yo quiero dormir y no me estás dejando. Perdón María, se disculpó Emilio mientras todo ese subidón, con el que esperaba iluso, un feedback de su esposa y poder juntos hallar la solución, se vino abajo. Aquello no era Hollywood señores, aquello era la maldita realidad. Su maldita realidad. Así que, resignado, el profesor Emilio se durmió con una nueva, débil e incipiente idea que jamás llevaría a cabo: debería dejar a mi mujer. La señorita desastre ya estaba en la facultad. De tanto que corrió del bus hasta allí tuvo que parar y tomar aire. No solía correr mucho y encima tenía un poquito de asma. Se chutó una dosis de su ventolín, miró su reloj, diez minutos tarde, se armó de valor y abrió la puerta de clase. Le costó un poco, pero lo consiguió y ¡BUM! una ristra de sillas que había apoyadas en la puerta en equilibro se cayeron al suelo haciendo un ruido espantoso. Esa fue la grandiosa, estúpida e inmortal idea del profesor Emilio. Otra vez la señorita desastre, le increpó el profesor, cómo no, acaba de batir usted el récord que casualmente ya era suyo. Acaba de tirar al suelo ¡ciento veinte sillas! y comenzó a reír malvadamente. Es imposible, dijo ella avergonzada mientras la clase reía y reía, es imposible, si cada vez que alguien llega tarde pones una silla, no somos tantos alumnos, no ha pasado tanto tiempo. La clase y el profesor Emilio reían y reían. Ahora tendrá usted que volver a colocarlas y añadir una más. No, no, no puede ser, lloraba ella. Además lleva usted un calcetín de cada color, reía él cada vez más despiadado. No, no, es imposible. Y está usted ¡DESNUDA! La señorita desastre se despertó en su cama alterada y sudorosa. Había tenido, como ya supondréis, una pesadilla. La señorita desastre ya no iba a la Universidad. La terminó hacía más de diez años. Pero como auguró el profesor Emilio, esa anécdota se la contó la tarde anterior a un chico al que conocía desde hacía poco y que se estaba empezando a pillar por ella, mientras recordaban a viejos profesores y decían la típica, manida y discutible frase que reza: "los mejores años de la vida son los de la Universidad".
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