1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte IA la señorita desastre se le acababa de caer una garrafa de aceite en la cocina. Otra vez no, pensó. Otra vez haciendo gala a su nombre. Además era un aceite del bueno, preparado y macerado. No se lo podía creer. Estaba todo el suelo pringoso. La limpieza de todo aquello se presentaba titánica. Porqué era tan torpe, se repetía una y otra vez. Porqué esa torpeza no había hecho que se desarrollaran mejor sus reflejos y equilibraran las fuerzas. Se quedó mirando el desastre, cómo se esparcía despacio, sin prisa pero sin pausa, el denso aceite por las baldosas formando un círculo cada vez más grande. Estaba hipnotizada con el flujo de ese precioso líquido. Era como ver el Universo allí mismo, en su cocina, expandiéndose inexorablemente delante de ella, para su agonía y deleite. De fondo sonaba una melodía de Debussy, Claro de luna.
Después de un pequeño momento de hundimiento, salió de su hipnosis, se armó de valor y optimismo y, aprovechando que todo resbalaba comenzó a bailar. Cerró los ojos y se imaginó bailando en un gran teatro a la italiana, de los clásicos, esos que tiene un alto arco de embocadura, donde las altas esferas hacen negocios en los palcos y la gente va muy peripuesta. Se imaginó mirando hacia arriba y viendo como bajaban del torreón de tramoya dos bailarines esbeltos con alas, un ángel de blanco y un arcángel de negro, que le cortejaban y recordaban la futilidad de la vida. Su vida tendía hacia el caos. Hacia el constante riesgo. Una vez se quedó dormida con el cigarro en la boca y se hizo una quemadura en el cuello. Esa quemadura le recordaba que seguía viva y que podía comerse el mundo. Eso sí, con el peligro de atragantarse. Pero eso le hacía especial al resto. Esos desastres cotidianos le hacían más entrañable, más humana y más divertida. Si pudiéramos tener una bola de cristal y ver su día a día, sus pequeñas acciones rutinarias, nos esbozaría una sonrisa, porque sus movimientos rápidos y dulces, aleatorios y despistados, enamoraban a cualquiera. Le encantaba salir a pasear y perderse por las calles. Ya se había acostumbrado a no llevar una ruta fija y dejarse sorprender por lo que se encontraba en el camino. Se conocía todas las calles, porque había paseado por todas, pero nunca se las memorizaba y, si había alguna tienda o sitio que le había gustado y quería volver, siempre daba unas cuantas vueltas de más para encontrarlo. Quizás esos despistes los tuviera porque era una mujer muy creativa. Tenía un mundo interior lleno de ideas que le hacían evadirse de la realidad. A eso se dedicaba. Recordó que en una cafetería de una de esas calles de su barrio, se le había ocurrido el principio de un relato que tenía que escribir para la revista en la que trabajaba. Lo había titulado "La señorita desastre". Bajo ese pseudónimo relataría sus propias experiencias. No sabía muy bien qué es lo que quería contar, solo se le había ocurrido la idea, así que, decidió que lo mejor sería volver a la cafetería para retomar la inspiración. Además, el camarero era muy guapo ¿O el camarero guapo era de otra cafetería? En fin, lo descubriría cuando llegara. Pero ahí estaba el pequeño problema. No recordaba cómo llegar. Voy a empezar a apuntar las cosas, porque menudo caos, se increpó. Se puso un vestido negro que le marcaba su figura, nunca se sabía a quién podía ponerte el destino delante, cogió su chupa vaquera, sus gafas de sol y salió a la calle en busca de esa cafetería. La señorita desastre sería un desastre, pero era muy sexy. Estuvo un rato vagando por las calles sin saber muy bien por dónde ir. Se entretuvo en varios escaparates y por fin dio con la cafetería. O eso pensaba, porque no acababa de estar segura del todo. Entró y miró al camarero, que, efectivamente, era bien guapo. Este, al verla, le sonrió, se acercó a ella y le dijo: buenas tardes señorita desastre, la estábamos esperando, ¿tomará lo de siempre? Ella asintió, se dejó llevar hasta un asiento que le tenían reservado y se acomodó. Delante de ella había un pequeño escenario con un piano de cola. El camarero guapo le trajo un cóctel, se subió al escenario, se sentó delante del piano y comenzó a tocar una melodía de Debussy, Claro de luna. Ella sacó de su bolso una libreta y comenzó a escribir: A la señorita desastre se le acababa de caer una garrafa de aceite en la cocina.
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