1/27/2021 0 Comments La señorita desastre. Parte VLa señorita desastre paseaba por Lavapiés cuando de repente le llegó un olor a hachís que le recordó a Jon, un antiguo compañero de piso con el que vivió un año.
La señorita desastre le eligió como compañero por que cumplía los requisitos que buscaba para compartir piso: estaba casi todo el día fuera de casa trabajando, era vasco y su novia vivía en Bilbao, por lo que los fines de semana le dejaba la casa libre y era guapo, que eso siempre alegra la compañía. La convivencia era agradable. Jon era un buen chico. Nunca se enteró en qué trabajaba exactamente, algo con oxígeno y nitrógeno, no sabía muy bien, era ingeniero eso sí lo sabía y trabajaba un año sí y otro no, así que debería ser buen trabajo, porque el año que no trabajaba se lo pasaba viajando por todo el mundo. Ese año le tocó trabajar en Madrid y compartió su estancia con ella. Dos personajes curiosos viviendo en el mismo espacio y tiempo. Ella se acordaba ahora de él, pero seguro que el se acordaba de vez en cuando de ella y sus pequeños desastres cotidianos. Cada martes, cuando ella regresaba a casa se encontraba la misma estampa: música de Leonard Cohen sonando en el tocadiscos a un volumen alto; humo por el pasillo que con la luz vespertina creaba una atmósfera melodramática; y en la cocina él, alto, rubio y con ojos azules, bebiendo whisky con hielo y quemando una piedrecita de hachís; con la mirada taciturna y evadida, absorto en la voz del cantautor canadiense que decía: It's four in the morning, the end of december. - ¿Otra vez habéis roto? Preguntaba ella. - Esta vez es definitivo. Respondía destrozado él. - Seguro que el viernes lo volvéis a arreglar y te subes a pasar el finde a su lado. Intentaba animarle ella. - No, está vez no. Esta vez es para siempre. Se acabó. Es irreparable. No aguanto más. Sentenciaba él. Cada martes era igual. Un bucle. El día de la marmota. Ya no recordaba cuántas veces lo habían dejado para después, cada viernes, volver a reconciliarse; y el lunes, nuevamente, volver a dejarlo. Una y otra vez, una semana tras otra. Llevaban casi dos meses así. Un sufrimiento incomprensible y un amor extraño que luchaba contra la lógica y los imponderables de las relaciones. La señorita desastre asociaba el olor a hachís a ruptura, a tristeza, a una escena que bien podría haber escrito Bukowsky; pero Jon no era ese tipo de hombre que describen los escritores del Realismo Sucio; él era bueno, tenía buen corazón, aunque se emborrachara cada martes; él era introspectivo, profundo y misterioso, pero sobre todo era un sufridor. A veces llegaba a creer que disfrutaba ese sufrimiento, que se lo autoimponía como esas monjas de clausura que se autoflagelaban por penitencia. Hay que gente que hace del sufrir un compañero de vida. Ella se sentaba un rato con él, se servía un dedo de whisky, le daba una calada al porro y le acompañaba en silencio: I guess that I miss you, I guess I forgive you, I'm glad you stood in my way. Después se despedía y lo dejaba sumido en sus pensamientos, con la certeza de que volvería con su novia. La señorita desastre salió de su recuerdo y sonrió, era martes casualmente ¿Estaría Jon bebiendo, fumando y escuchando a Cohen? Al año dejó el piso para ir a vivir con su novia a Bilbao. Tuvo noticia de que se casaron, pero no volvió a saber de él. Llegó a casa, ahora vivía sola y a veces echaba de menos aquella pintoresca escena; abrió la vitrina, se sirvió un whisky y brindó por Jon, allá donde estuviera, sufriendo o no: Ah, the last time we saw you, You looked so much older, Your famous blue raincoat was torn at the shoulder.
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