1/27/2021 0 Comments La habitaciónEsa en la que dormí durante más de veinte años, junto a mi hermano, pasa a ser ahora de Sofía, mi sobrina de cuatro años. Será su habitación de casa de los abus.
Y la verdad es que no me ha importado ir quitando las fotografías de la pared para poner los cuadros que hemos pintado juntos. Ver su cara de felicidad e ilusión es algo que me llena de felicidad e ilusión a mí también. La pintaremos de purple. Y cambiaré mis libros de cine y música por sus cuentos. Y donde está el póster de Tony Montana lleno de ira con una ametralladora en la mano, habrá uno de Frozen. La nieve será distinta. Me llevaré la colección de más de treinta posavasos (que fui recopilando en innumerables bares en noches en las que "templaron gaitas" y que convirtieron la cama alta en la que dormía en un barco. Ya hemos cambiado la cama también, ahora es baja), y pondremos otra colección, pero de pegatinas de unicornios y Pepa Pig. Y en el techo, en el que un día hubo un cartel de un concierto de los Suaves que traje de la calle, ahora pondremos estrellitas que brillen en la oscuridad. Si me deja, aunque no creo, dejaremos mis títulos de la carrera y masters, pero la verdad es que en cuanto vayamos pintando más cuadros juntos será un espacio necesario para colgarlos, así que, con toda probabilidad irán a un cajón y mejor ahí. Mi habitación, mi santuario, ahora pasa a ser el suyo, y el de su hermana pequeña cuando sea un poquito más mayor. Estamos los dos muy ilusionados con esta empresa la verdad, porque para eso son las habitaciones, para ser felices en ellas, y en esta haremos castillos, buscaremos tesoros y viajaremos a lugares mágicos y maravillosos como Rick y Morty, o mas bien como Dora la exploradora. Adiós vieja habitación. Hola nueva habitación.
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1/27/2021 0 Comments La libreríaMe encanta entrar en las librerías. En ésta en especial, situada en Raimundo Fernández Villaverde, llamada Ábaco.
Fuera tiene libros muy dispares a un euro. Por lo general no me suelen gustar, pero siempre rebusco un poco y casi siempre encuentro algo. Hoy he dado con un libro de poesía saharaui que se titula "Aaiún: gritando lo que se siente". Comienza así: Decirles que la tierra no es de ellos Decirles que la gente no es de ellos Decirles que las piedras necesitan ser libres... Suelo ir cuando necesito dar un paseo y desconectar de las prisas y problemas del día a día o cuando me he acabado un libro, aunque tenga otros en casa que no haya leído. Entro sin buscar nada en particular, me dejo guiar por la intuición, me encanta mirar las diferentes estanterías llenas y llenas de libros, pasillos estrechos donde se para el tiempo, mientras suena rock fm. Yo no tengo ninguna prisa. Poesía, teatro, autores latinoamericanos, autores de habla inglesa y autores centro americanos son mis secciones favoritas. Leo los nombres de los escritores, abro los libros y leo párrafos al azar: Pensé que las cosas no resbalarían pero todo el mundo resbala y tiembla y en tus ojos la luz del sol, fluye como esos ríos que se abandonan al mar... ("Los Ángeles de Tiépolo practican surf"). Miro al librero, me sonríe, es un hombre entrañable. Sigo por otro pasillo, no sé lo que busco pero algo me llama y me dejo guiar por mi intuición. Doy con "La expedición al Baobab", de Wilma Stockenströn. El nombre me gusta, la portada me gusta. Lo abro y comienzo a leer: Con acritud, pues. Pero no me permitía tal cosa. Con sensación de ridículo, pues, que es más afable, que no pierde su transparencia y todo le da igual; y, como un pájaro vuelve a su nido, puedo volver yo a deslizarme por el tronco de un árbol y reír para mis adentros. Y guardar silencio, también, tal vez guardar silencio hasta el punto de soñar hacia fuera, pues el sueño es nuestro séptimo sentido. Maravilloso. Ya tengo algo que leer. Voy a la caja con mis tres nuevos descubrimientos. Solo ¡Catorce euros! Pago y me voy feliz con mis libros y el rato que he pasado allí dentro. Llego a casa, me tumbo en la cama, y comienzo a leer... 1/27/2021 0 Comments Esperando al autobús-Ven Goyo, vamos a sentarnos aquí.
Yo no sé que me pasa hoy, que estoy muy cansada. Hay días en los que me encuentro bien y días como hoy en los que me encuentro mal. Yo, Goyo, por las mañanas me tomo siempre un paracetamol y por las noches un antidepresivo. Y así durante treinta años que llevo tomándome esa pastillita. Porque si no me la tomo me da la depresión. Yo soy una persona depresiva Goyo, no me da vergüenza decirlo. Pero esa pastillita me hace sentir muy bien. Yo, el colesterol y la tensión por suerte lo tengo bien. ¿Tú te tomas algo? - Yo sí, claro, muchas pastillas. Para la tensión, el colesterol. Elchol. -Welchol, con uve doble. -Eso ¿Cómo lo sabes? -Por qué era boticaria. Hace ya diez años que le dejé la farmacia a mi hija y me jubilé. Ahora me dedico a vivir la buena vida. - ¿Cuántos años tienes? - Y dale con la edad. - Si te jubilaste hace diez años... - Bueno Goyo, me pude haber jubilado antes. Venga levanta que llega el autobús. Hay que mal me encuentro hoy Goyo, qué cansada. Se suben al autobús. - Vamos a sentarnos aquí. - ¿Tu tienes guasap de ese? - Claro. Mira, yo tengo un iphone. El de la manzanita. Me costó seiscientos euros. Tiene muchas cosas, pero no las sé usar. - ¿Y por qué te lo has comprado? - Por que a mí me gusta tener cosas buenas Goyo. Venga, levántate ya que te pasas la parada. - Adiós. - Adiós Goyo. 1/27/2021 0 Comments AbuelosEn estos días en los que se habla tanto de cuidar a nuestro mayores me estoy acordando mucho de mis abuelos, que murieron hace muchos años ya.
Mi abuela Felisa era la persona más buena que he conocido en mi vida. Todo lo que me queda de ser cristiano es por ella. Todos los domingos por la tarde me venía a buscar a casa para ir a misa. Yo nunca fallaba a la cita porque después me invitaba a chocolate con churros en el Brillante. Se podría decir que era como un mercenario, pero esa tradición la mantuvimos hasta que le dio un ictus y ya no pudo ir más. Esos momentos a su lado en la iglesia me siguen llenando de paz. Siempre le daba la vuelta al pan si estaba del revés. De pequeño siempre me compraba a hurtadillas una palmera de chocolate, sin que se enterara mi madre, y si ahora yo hago lo mismo con mis sobrinas pequeñas, creo que es porque lo heredé de ella. Cuando mis hermanos y yo discutíamos y estábamos a su cargo, siempre hacía cómo que lloraba para que parásemos. Yo sabía que era de mentira y que sobreactuaba, pero era imposible no parar. Daba pellizcos tan pequeños que el dolor te llegaba hasta el alma. Al final ya no hablaba, solo murmuraba sus oraciones, te miraba y sonreía. A mi otra abuela, Justa, siempre la conocí con Alzheimer, pero también guardo bellos recuerdos. Cuando la chinchaba decía "concho". Siempre estuvo al lado de mi abuelo hasta que este murió. Después, cuando se quedaba en nuestra casa, yo, muchas veces, ponía una manta por encima de los dos y gritaba emocionado: abuela, que hemos ganado la guerra. Y ella se ponía muy contenta. Cuando estábamos a solas me sentaba frente a ella y le decía, venga va, cuéntame algo y me imaginaba que de repente se ponía a hablar y a decirme que ya se acordaba de todo. Alguna vez hasta lo soñé. Y así me podía tirar toda la tarde que siempre acaba ganando ella el juego y no soltaba prenda. A mi abuelo Florentín no lo conocí, pero viendo fotografías antiguas siempre me lo he imaginado como uno de esos señores elegantes de los de antes, uno de esos caballeros de los que ya no quedan. Hubiéramos sido grandes amigos. El que sí fue un gran amigo mío, uno de los mejores, fue mi otro abuelo, Amado. Con el pasaba largas tardes jugando a la cuatrola y al dominó. Le encantaban los toros, aunque íbamos en equipos diferentes. Y mi equipo perdía casi siempre. Lo único que me gusta hoy de los toros es que me recuerdan a él. A él le debo mi amor al campo, a trabajar la tierra. Siempre me asombró el respeto y admiración que le tenía la gente del pueblo y de otros pueblos. Todavía hay veces que alguien me pregunta si soy el nieto de Amado, que me parezco a él, y cuando les digo que sí, siempre me dicen que era una gran persona. Yo jamás lo dudé. Estos son sólo algunos recuerdos que me vienen ahora a la mente, y son tan puros, tan bellos, tan reales y presentes, que espero que quien todavía tenga abuelos sepa valorar cada momento que pasa con ellos, porque después solo queda esto, recuerdos. 16 de marzo de 2020
Hace menos de un mes que he dejado un trabajo indefinido. El único trabajo indefinido que he tenido en mi vida. Y casualmente, hacía justo un año que había conseguido ese contrato. Se supone que es a lo que tenemos que aspirar en esta sociedad moderna y pragmática, a tener un sueldo fijo a final de mes que nos de una estabilidad y podamos seguir formando parte del sistema. Después ya estás en condiciones de hipotecarte y en la edad para formar una familia. Yo lo había conseguido después de muchos años con trabajos temporales, después de haber sido autónomo, después de haber estado en paro, después de sacarme un master, hacer unas prácticas, cubrir una baja de un año y después de pasar una entrevista por la que accedí a ese puesto, siendo año y medio falso autónomo, hasta que por fin llegó el día y firme ese contrato tan codiciado por nuestro modelo actual. Ya era una persona honorable y respetada. Ya tenía cuenta nómina. Ya era un hombre de bien. Se podría decir que estaba haciendo las cosas como se deben hacer, siguiendo los pasos adecuados y los patrones establecidos. Pero había algo dentro de mí que me producía ansiedad. Al principio creía que era la rutina, que eran los nervios de poder estar a la altura y no fracasar. Me había costado mucho llegar ahí y no podía fallar ahora. Me esforzaba sobremanera. Mi dedicación era total. Tan total que desatendía otros aspectos de mi vida: mi relación, mis amistades, mis aficiones. Mi antiguo yo, esa persona despreocupada, hedonista, soñadora, bohemia, con tintes existencialistas y nihilistas, se veía conquistada por un profundo sentido de la responsabilidad, lo racional y lo pragmático. La metamorfosis pasó de un extremo al otro, sin un punto medio, sin un equilibrio moderado, sin un poquito de caos y otro poquito de orden, con la dureza de una dictadura. Ya estaba bien de hacer el zángano. Ya estaba bien de perseguir los sueños. Y así me mantuve firme, estoico, con gran fuerza de voluntad, convencido de que ese era el camino. Motivándome, intentando ser feliz en ese trabajo que me gustaba pese a que las condiciones y la filosofía del lugar diferían de mi forma de querer llevarlo a cabo. Intenté compaginar el trabajo, con otros trabajos, para conseguir más dinero, para ahorrar, para abrirme más puertas. Me veía con fuerzas y no era capaz de decir que no. Trabajo extra que salía, trabajo que aceptaba. Y mientras tanto, en mis ratos libres, trabajaba en lo que realmente me gustaba. Todo el día me lo pasaba trabajando. Sin desconectar. Si me iba de vacaciones, siempre tenía en mente cosas que tenía que hacer a la vuelta, y si podía, sacaba el móvil y las hacía en un momento. Si estaba con la familia o amigos, dosificaba los tiempos y estaba preocupado por compensar en otro momento ese tiempo invertido. Si estaba una tarde tirado en el sofá viendo una película, siempre asomaba la atmosfera de la culpabilidad. Poco a poco la ansiedad fue aumentando y yo, que siempre he presumido de dormir a pierna suelta, empecé a dormir intranquilo. Me movía constantemente, me daban espasmos, me despertaba en mitad de la noche. Con la reducción de las horas de sueño, llegaba el cansancio, físico, pero sobre todo mental. Pero yo aguantaba, todo eso merecería la pena, todo ese esfuerzo tendría que ser recompensado. Aprendí a convivir con las taquicardias, con el miedo a perderlo todo, con la inseguridad de no hacer bien mi trabajo, con el complejo de inferioridad, con la culpa, con la vergüenza de que al final descubrieran que era un farsante, que todo era una máscara, que estaba actuando, que yo no era así. Te pillamos, confiesa, ya no puedes seguir mintiendo. La presión aumentaba cuando la gente de mi círculo cercano iba subiendo los peldaños de la escalera social que nos enseñan desde pequeñitos: bodas, embarazos, comprarse una casa, ascensos laborales, coche, vacaciones, más hijos, Ikea, Decathlon, El corte inglés, guarderías, colegios, turnos, organización, calendarios, más hijos, seguros, mascotas, médicos. Mi alma cada vez estaba más intranquila y algo dentro de mí me frenaba, me bloqueaba, me preguntaba constantemente si de verdad quería todo esto, yo me respondía que sí. Ni de coña iba a tirarlo todo por la borda. Pero las cosas no dependen de uno solo y todas esas inseguridades fueron minando poco a poco mi relación, fueron deteriorando mis amistades y me fui aislando cada vez mas en mi mismo, me fui distanciando de la realidad, aferrado a ese sueño y a ese mundo que me había empeñado en construir. Mi castillo de naipes se estaba derrumbando y yo no me estaba dando cuenta. Pero mi cuerpo sí. Pero ahí están las señales, las casualidades. Se te ponen delante de las narices y muchas veces ni las ves, pero cuando te das cuenta de ellas, entonces se te abre una preciosa oportunidad. Un cúmulo de circunstancias me llevaron a estar todo enero realmente deprimido y sin ganas de hacer nada. Y en el momento más jodido, una llamada, una decisión. Dejarlo todo por estar donde realmente quieres estar, con quien quieres estar y sin miedo a empezar de cero. Toda la ansiedad se ha ido. Mi cuerpo se encuentra sano. Mi alma tiene ganas de hacer cosas, de vivir. Y ni una pandemia mundial que de repente te trastoca el pequeño plan de acción que has establecido, esto no era un salto completo al vacío, me ha hecho arrepentirme de la decisión que he tomado. Esta cuarentena me está brindando un tiempo maravilloso para meditar, escribir, ser consciente del presente y aceptarme como soy. El tiempo y las circunstancias probablemente me intenten devolver el estrés y la angustia por no ser como quiere el sistema que sea, pero de momento estoy saboreando esta victoria con un placer inconmensurable. 1/27/2021 0 Comments No perdamos la cabezaAnte todo no perdamos la cabeza.
No me gustaría ver torsos andando por ahí sin rumbo fijo. Chocándose por la calle, sin mirar por dónde van, sin saludar a quienes se cruzan, apelotonados como sardinas en escabeche (aunque no distamos mucho, al menos en la ciudad, de este escenario tan dantesco). Esas cabezas pensantes, llenas de humor, sarcasmo y sabiduría. Esos melones pequeños, ovalados, alargados o bien grandes como el mío. Si alguien ha de perderla, que sea quien odia, esos no merecen tan preciado tesoro. Así, sabríamos distinguir por la calle a los haters y a los lovers (no sé si existe ese termino, pero creo que este texto científico, con ninguna base empírica, lo permite). Ante todo no perdamos la locura, pues un mundo lleno de cuerdos se volvería un tanto aburrido y, demostrado queda estos días, que el aburrimiento acaba volviéndonos locos, por ende, esta hipótesis que he planteado se torna inviable y paradójicamente absurda, y no se me caen los anillos (no estoy casado) por retractarme y pedir mis más falsas disculpas. No perdamos por Dios lo pido, la inteligencia y el sentido del humor, y hagamos nuestro más esfuerzo humano y sobre humano de no volvernos idiotas. Si algún idiota se siente identificado y le gustaría cambiar de bando, aunque fuera para conservar la cabeza, este club no tiene dueño y acepta honradamente a quien quiera formar parte de él. Quien en cambio, sea idiota y no lo sepa, entre los cuales podría encontrarme, le recuerdo que el desconocimiento de la norma no exime de su cumplimiento. No perdamos pues la cabeza y utilicemos los ojos para escucharnos, las orejas para mirarnos, la nariz para besarnos y la boca para decirnos que nos queremos. 1/27/2021 0 Comments Los desayunosQué gran placer tomar café por la mañana, solo o acompañado. Ese momento tan tuyo, de conciencia plena, de deleite, de meditación.
Ese café que te despierta y te anima para afrontar otro día más. Esos minutos dedicados exclusivamente a ti, en los que aprovechas para leer las noticias, echar un vistazo a tus redes, ordenar tus ideas o escuchar a los pájaros. Y si estás acompañado, para comentar lo que has soñado, lo que te apetece hacer durante el día o simplemente estar en silencio. Café con leche, cortado, manchado, americano, solo. Si le añades algo para comer, la cosa ya adquiere otro cariz: pan tostado con tomate, unos huevos revueltos, una tosta de pavo y queso, algo de fruta, croissant a la plancha... Las combinaciones son directamente proporcionales a la felicidad que te producen. Algo tan sencillo y tan rutinario que nos hace tan felices y que a veces no lo sabemos valorar. Ahora que tenemos tiempo saboreemos el placer de un buen desayuno. 1/27/2021 0 Comments Vestigios de tiHoy es lunes, eso dice el calendario. Creo que sigue siendo marzo.
Pensamientos aleatorios: Este limbo espacio temporal, este retiro espiritual, este paréntesis, este arresto domiciliario, estas ganas de lo que no tengo, este devenir de los días, este placer de poder meditar, este vértigo a la libertad, estos vestigios de ti. Restos de una magdalena que fotografío sin motivo alguno. Hoy es lunes, eso dice el telediario. Cada vez más muertos, cada vez más pobres, cada vez más apáticos, más saturados, más cansados. Ya no tiene uno ni ganas de quejarse. Y creo que me siento mal por sentirme bien en medio de esta vorágine, como si no me correspondiera ser feliz con tanto sufrimiento. Lo que me marca el paso de las horas son los libros leídos, las películas vistas, la barba cada vez más frondosa y la despensa cada vez más vacía. Apuraré la última lata de conserva antes de salir. Hoy es lunes, y no consigo estar alegre, pero no me importa. Podría quedarme así para siempre. Podría volverme agorafóbico. Podría dimitir pero el sol me lo impide. Podría dormir pero escucho a los pájaros cantar. Podría llorar pero me consuelo escribiendo. Hoy el lunes y tengo ganas de ver a mucha gente, de decirles que les quiero y de salir a pasear. Pero me consuela saber que mañana ya será martes, no sé si seguiremos en marzo, pero seguiremos donde estamos. 1/27/2021 0 Comments La aleatoriedad de SpotifyEstaba durmiendo la siesta. Hoy me había puesto el Acoustica de Scorpions muy bajito. De fondo la lluvia. La cosa iba muy bien. El sueño llegaba gracias a la digestión de una comida ambiciosa y de haber trasnochado y madrugado.
La mente me regalaba inspiración convertida en ideas para después escribirlas. Pero como no tengo la cuenta premium de Spotify, las canciones suenan aleatorias y, cuando más a gusto estaba, ya no sabía que estaba sonando, comienzo a escuchar unos acordes que hacía casi quince años que no escuchaba. Mi sueño se trastoca, la inspiración se esfuma y comienzan a venirme recuerdos de mi adolescencia, cuando tenía greñas rizadas, coletilla, vestía una chupa vaquera a la que quería con locura y jugaba al futbolín en un bar de mala muerte. Me vuelven emociones rebeldes, ganas de comerme el mundo. Comienzo a gozar ese sueño hasta que mi cerebro intenta asimilar lo que pasa, ¿Llevaré mucho rato dormido? Igual debería despertar, no he puesto ninguna alarma. Me despierto. La canción va por el punteo heavy, miro el móvil para ver qué cojones está sonando. No me lo puedo creer: Radar Love de White Lion, uno de mis grupos favoritos de la adolescencia. Subo el volumen del móvil y me la gozo. Me vienen multitud de más buenos recuerdos. En esa etapa no sabía qué hacer con mi vida, qué estudiar, a qué dedicarme, un poco parecido a la situación en la que me encuentro ahora. Lo que hacía entonces era sumergirme en la música y disfrutar, luego ya vería. Pues bien, creo que no he cambiado tanto, porque ahora estoy haciendo exactamente lo mismo. Gracias Spotify por tu aleatoriedad. Me asusta lo bien que me conoces. 1/27/2021 0 Comments Viaje al pasadoImagina que los científicos idearan una manera de que, neurológicamente, activando áreas específicas de tu cerebro, pudieras revivir ciertos recuerdos del pasado. Podrías sentir exactamente lo mismo que sentiste en ese momento. Podrías incluso decidir el lapso de tiempo, un momento preciso o hasta varios años incluso. Podrías revivir momentos felices, o momentos tristes, aunque supongo que la mayoría elegirá momentos felices. El único precio que pagarías sería la perdida del tiempo presente, es decir, no es un viaje al pasado físico, sino mental, por lo que tu cuerpo iría envejeciendo, como en una especie de coma. Ese recuerdo lo revivirías tal cual, sintiendo exactamente lo mismo que esa primera vez, sin poder cambiar nada, sin el conocimiento o madurez adquirida hasta el presente. Podrías volver las veces que quisieras, siempre y cuando puedas pagar, claro, el coste del proceso y de la manutención y estancia del tiempo que decidas estar; cuanto más largo sea el recuerdo, más caro te saldrá.
Pues bien, aquí viene el dilema: ¿Lo harías? ¿Te gustaría revivir algo? Piénsalo bien, puede que esa felicidad te produzca un poco de tristeza al regresar al presente. Puede que te enganches a ese pasado y después no seas capaz de vivir en el presente. Piensa en lo que dijo Sabina, que al lugar en el que fuiste feliz no debieras tratar de volver. Piensa antes bien en las consecuencias y en los efectos secundarios que vienen en el contrato. ¿Ya lo has pensado? ¿Ya has valorado los pros y los contras? ¿Ya has reunido el dinero necesario? Pues entonces te lo vuelvo a preguntar, ¿Te gustaría revivir algún momento del pasado? Sí la respuesta es sí, ¿Cuál y cuánto tiempo? Genial, estás en buenas manos, túmbate aquí, nos vemos a la vuelta. Cuando despiertes tendrás un informe con las cosas más relevantes que han ocurrido en tu ausencia. Bon voyage. |
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