1/27/2021 0 Comments AbuelosEn estos días en los que se habla tanto de cuidar a nuestro mayores me estoy acordando mucho de mis abuelos, que murieron hace muchos años ya.
Mi abuela Felisa era la persona más buena que he conocido en mi vida. Todo lo que me queda de ser cristiano es por ella. Todos los domingos por la tarde me venía a buscar a casa para ir a misa. Yo nunca fallaba a la cita porque después me invitaba a chocolate con churros en el Brillante. Se podría decir que era como un mercenario, pero esa tradición la mantuvimos hasta que le dio un ictus y ya no pudo ir más. Esos momentos a su lado en la iglesia me siguen llenando de paz. Siempre le daba la vuelta al pan si estaba del revés. De pequeño siempre me compraba a hurtadillas una palmera de chocolate, sin que se enterara mi madre, y si ahora yo hago lo mismo con mis sobrinas pequeñas, creo que es porque lo heredé de ella. Cuando mis hermanos y yo discutíamos y estábamos a su cargo, siempre hacía cómo que lloraba para que parásemos. Yo sabía que era de mentira y que sobreactuaba, pero era imposible no parar. Daba pellizcos tan pequeños que el dolor te llegaba hasta el alma. Al final ya no hablaba, solo murmuraba sus oraciones, te miraba y sonreía. A mi otra abuela, Justa, siempre la conocí con Alzheimer, pero también guardo bellos recuerdos. Cuando la chinchaba decía "concho". Siempre estuvo al lado de mi abuelo hasta que este murió. Después, cuando se quedaba en nuestra casa, yo, muchas veces, ponía una manta por encima de los dos y gritaba emocionado: abuela, que hemos ganado la guerra. Y ella se ponía muy contenta. Cuando estábamos a solas me sentaba frente a ella y le decía, venga va, cuéntame algo y me imaginaba que de repente se ponía a hablar y a decirme que ya se acordaba de todo. Alguna vez hasta lo soñé. Y así me podía tirar toda la tarde que siempre acaba ganando ella el juego y no soltaba prenda. A mi abuelo Florentín no lo conocí, pero viendo fotografías antiguas siempre me lo he imaginado como uno de esos señores elegantes de los de antes, uno de esos caballeros de los que ya no quedan. Hubiéramos sido grandes amigos. El que sí fue un gran amigo mío, uno de los mejores, fue mi otro abuelo, Amado. Con el pasaba largas tardes jugando a la cuatrola y al dominó. Le encantaban los toros, aunque íbamos en equipos diferentes. Y mi equipo perdía casi siempre. Lo único que me gusta hoy de los toros es que me recuerdan a él. A él le debo mi amor al campo, a trabajar la tierra. Siempre me asombró el respeto y admiración que le tenía la gente del pueblo y de otros pueblos. Todavía hay veces que alguien me pregunta si soy el nieto de Amado, que me parezco a él, y cuando les digo que sí, siempre me dicen que era una gran persona. Yo jamás lo dudé. Estos son sólo algunos recuerdos que me vienen ahora a la mente, y son tan puros, tan bellos, tan reales y presentes, que espero que quien todavía tenga abuelos sepa valorar cada momento que pasa con ellos, porque después solo queda esto, recuerdos.
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