El saxofonista

Ni que decir tiene que Vicente es un apasionado del jazz. Todas las mañanas lo escucha en el viejo mp3 que le regalaron sus compañeros de trabajo en su trigésimo cumpleaños. Vicente puede oír jazz durante toda su jornada laboral, incluso puede bailarlo si se atreve, o tararearlo si consigue entonar; Vicente es basurero, trabajo que puede compaginar a la perfección con su amor a ese estilo de música. Fue su padre quien le contagió ese gusto por la música, y fue en su taxi donde Vicentín (por aquel entonces), podía oír el jazz cuando le llevaba y le recogía del colegio. Calculando que tardaba una hora en ir y otra en volver desde su casa, cinco días que tiene la semana escolar, hacen un total de diez horas semanales escuchando jazz.

Poco a poco, Vicentín, con los pocos ahorros que iba acumulando cada cierto tiempo, se fue comprando discos usados en una pequeña tienda que había muy cerca de su casa. ¡Cuánto tiempo Vicentín!, le decía el dependiente, ¿Vienes a por otro disco de jazz?; Sí, pero no se cual comprar, ¿Cuál me recomiendas?; Pues mira, antes colocando me he encontrado con un de Coleman Hawkins ¿Sabes quién es?; No; Es uno de los primeros y mejores saxofonistas, toma, que te gustará, además es bien barato. No tardó Vicentín en correr hasta su casa para escucharlo. Se metía en su habitación, ponía el disco, se tumbaba en la cama e imaginaba que estaba en un club de jazz bebiendo una copa y oyéndolos en directo. Alguna vez se imaginó que era un músico y tocaba, pero se conformaba con estar en el club y escucharlos.

Pasaron unos años y sus padres, al ver la devoción que sentía, decidieron regalarle un saxofón y apuntarle a una escuela de música, pues si dedicaba la mitad de las horas que escuchaba jazz, a practicar, no tardaría en dominar el instrumento. Vicentín no pudo alegrarse más, todavía guarda en su memoria aquel día como uno de los más felices. Así, cada tarde después de las clases, asistía lleno de ilusión por aprender a tocar su nuevo (del que no sabía que también era de segunda mano) instrumento. Pero sólo transcurrieron varios meses hasta que su padre sufrió un fatal accidente con su taxi y perdió la vida, cosa que deprimió a la madre de Vicentín, y al él mismo, claro, y que influiría de manera radical en la decisión de abandonar sus clases de saxofón. Así, la ilusión de ser un gran saxofonista, se fue enterrando poco a poco. Pero su pasión por la música aumentó, quizás gracias a que todas aquellas melodías disonantes le recordaban a su padre.

Transcurren los años hasta que Vicentín se convierte en Vicente. Sigue viviendo con su madre y, como ya hemos dicho, trabaja de basurero. Casi todos los viernes acude a un club de jazz que realiza conciertos en directo. Se ha convertido en su único vicio, algo caro.

Su madre todos los viernes por la mañana le plancha un traje y una camisa, le limpia los zapatos y se lo deja todo bien colocadito en su cuarto, así, cuando llega de trabajar, se ducha, cena, se pone su traje y parece un auténtico caballero, y no el indiferente joven que se siente con su vestimenta laboral; ¡Una buena novia te tienes que echar con lo guapo que estás!; Ven conmigo si quieres madre; Yo no entiendo la música, no lo sabría apreciar como tú, además, es muy caro y no nos lo podemos permitir.

A Vicente por las tardes le toca barrer y cambiar las bolsas de las papeleras de un parque bastante acogedor al que las madres llevan a los niños a jugar, la gente saca a sus perros, los amantes del deporte o de intentar estar en forma, ya sea por salud, ya sea por mala conciencia, salen a correr, y en donde un hombre negro de unos cincuenta y pico, toca el saxofón para sacarse algún dinero. A Vicente le encanta y muchas veces le da algo suelto. Una tarde se pondrán a hablar y Vicente le contará sobre el club de jazz; Tengo una familia que mantener, no me puedo permitir esos lujos, dirá Marco, que así se llama. También le comentará que hacía quince años su padre le compró un saxofón y le apuntó a clases para aprender, pero tras su muerte lo encerró en un armario y se olvidó de él (del saxofón, no de su padre). Yo te podría enseñar; No tengo edad para retomarlo ahora; Pero si todavía eres un crío, nunca es tarde para empezar a hacer lo que te gusta.

Otra vez es viernes. Otra vez Vicente esta alegre, pues por la noche irá al club. Pero este viernes no será un viernes normal. Esa noche tocará un nuevo grupo cuya cantante es una preciosa mujer de menos de cuarenta años que se llama Lorena. Todo el mundo se enamorará de ella nada más empezar a cantar, incluido Vicente, que se enamorará mucho más que el resto. Se quedará hipnotizado con su voz, con su mirada fuerte y dramática, con el movimiento que hará con su cabello castaño ondulado y largo, con la sonrisa que regalará al público cuando este le aplauda al acabar una canción, y un largo etcétera de rasgos y expresiones en las que se fija una persona que se acaba de enamorar. Vicente se pasará toda la noche pensando en ella, soñará con ella y no dejará de recordarla durante toda la semana.

El lunes siguiente Vicente ya le habrá contado de la existencia de su platónico amor a Marco y este habrá improvisado una bonita y pegadiza melodía capaz de describir a tan bella mujer. De vuelta a casa, Vicente piensa que debería comprarse un traje nuevo, no muy caro, pero con el que pudiera llamar la atención de la cantante en caso de que ésta le mirara. Llega a casa y se lo enseña a su madre, que no tarda en darse cuenta que es por una mujer ¿Es guapa?; Es una diosa. Y es que la vida amorosa de Vicente no fue muy triunfadora que digamos. Y eso que era alto y moreno, con los ojos azul-verdosos y una buena percha, bastante guapo la verdad. Lo que le fallaba a Vicente no era su físico, sino su personalidad tímida e introvertida,  su miedo a conocer gente al sentirse diferente, pues en su etapa en el colegio era aquel niño rarito al que le gustaba el jazz en vez del fútbol, y el que se compraba discos en vez de gominolas o cromos; Y en su etapa de juventud tuvo que ponerse a trabajar para ayudar a su madre, sin tener tiempo para salir con chicas, o de tenerlo, preferir pasarlo en casa tranquilamente leyendo. Aunque sí que tuvo más de un par de novias, y guapas, pero de las que se cansó; O él por no compartir gustos, o ella por sus pocas ganas de salir de fiesta. Una mezcla rara la suya, un basurero erudito, amante del jazz, pero de cosas raras está lleno el mundo en el que vivimos.

¿Quieres que me vaya a casa de una amiga por si acaso?; No digas tonterías mamá, esa mujer no se va a fijar nunca en mí, tiene que tener más de un pretendiente millonario y guapo; Tú eres más guapo que ninguno, ¿Por qué no habría de fijarse en ti?, además con este traje pareces un ricachón; Mamá, se nota que este traje no es muy caro; Seguro que se fija en ti, ya verás, yo rezaré para que os conozcáis.

Esta vez Vicente no se sentó en la parte de atrás del club, sino en la parte de la barra más cercana al escenario (las mesas eran para parejas o grupos, no para uno solo). Allí contempló a su amor y escuchó como cantaba, olvidándose de todo lo demás, como si el tiempo se paralizara y su vida saliera de la órbita normal en la que giraba. No miraba hacia otro lado que no fuera a ella, el resto del club no existía, y en más de una ocasión sus miradas se cruzaron, cosa normal, ya que, la cantante miraba hacia muchos lados, aunque Vicente se llegó a creer que las oraciones de su madre igual estaban dando resultado y que realmente se había fijado en él. En el descanso Vicente se giró y pidió otra copa. Te debe gustar mucho el jazz para venir solo, dijo una voz femenina. Vicente reconoció la voz de la cantante antes de girarse a comprobar si era cierto lo que estaba pasando. Adoro el jazz desde que era niño y tu voz es una joya para los oídos; Muchas gracias ¿A qué te dedicas?, seguía hablando la cantante sin que Vicente se lo pudiera creer, pensaba qué responder para poder seguir hablando con ella un rato más, antes de que le trajeran la copa y se marchara; Toco el saxo; ¡Anda! ¿En algún grupo?;  No, doy clases a niños pequeños; Qué maravilla enseñar lo que te gusta, yo también pensé en dedicarme a la enseñanza, pero con el grupo no tengo tiempo entre ensayos y actuaciones, ¿Cómo te llamas por cierto?; Yo, me llamo Vicente; Encantada Vicente yo Lorena, le dijo mientras se acercaba para darle dos besos; Ya, ya lo has dicho cuando has presentado el grupo; Es verdad, que tonta; No, no, tonta no, dijo Vicente intentado enmendar su error, podría haber acabado de llegar y no saberlo; Ya te vi la semana pasada por aquí, insinuó Lorena, me tengo que volver al escenario, si esperas al final del concierto podríamos tomarnos algo; Claro, claro, aquí estaré. 
 
Vicente cree estar en un sueño, no sabe a quien ha rezado su madre, pero ha sido la oración más efectiva que ha hecho nunca. Nervioso, se levanta y va al baño. Allí se mira de arriba abajo, pensando qué le habrá llamado la atención a Lorena. Lorena, que nombre tan bonito. Lorena y Vicente. Vicente y Lorena. Lorena, Lorena, Lorena. Maldice ferozmente no haber seguido yendo a las clases de saxo; Bueno ya improvisaré algo, le dice al espejo; Hoy es tu noche Vicente, se anima y vuelve a la barra.

Acabó el concierto y Lorena comenzó a hablar con toda la gente que la rodeaba para felicitarla. Al cabo de diez minutos Vicente se levantó para irse, pensando que ya no iría a hablar con él y que lo sucedido anteriormente fue una efímera ilusión. Pero cuando estaba acercándose a la puerta, Lorena corrió hacia él; ¿Te ibas a ir sin despedirte?; No, es que estabas tan liada que no quería molestar; No molestas hombre, ven que te presente a mis amigos. Lorena le presentó a todos los miembros del grupo y estuvieron bastante rato hablando y bebiendo. Aunque Vicente no tocara el saxo, podía defenderse perfectamente, pues sus conocimientos del jazz eran fabulosos y el aumento de alcohol en su cuerpo, al que no estaba acostumbrado, le borró la timidez y le hizo ser hasta levemente gracioso. Se cambiaron de bar y Vicente, preocupado por el dinero que se estaba gastando, insinuó que quería irse a casa; ¿No te lo estás pasando bien, o es que te espera alguien?; No, sí que me lo estoy pasando bien, genial, pero llevo todo el día trabajando y estoy un poco cansado; Lorena puso su brazo sobre su cuello, como lo haría un colega de toda la vida, y un poco subidita de tono debido a todas las copas que se había tomado, le dijo al oído ¿No me irás a dejar sola con estos locos no?, anda, quédate, que me lo estoy pasando genial contigo. Vicente, tras aquella insinuación, pensó que estaría bien quedarse y dejarse llevar, cosa que no había hecho nunca, atado siempre a su racionalismo y sus miedos.

Llegarán las seis de la mañana y la hora en que la gente comenzará a despedirse, pero Pepe, el contrabajista, sugerirá ir a su casa, que no está muy lejos, y seguir la fiesta allí. Vicente ni se lo pensará, se ha dejado llevar tanto, que irá donde le digan, pues que recordara, nunca se lo había pasado tan bien, ni había estado de fiesta con un grupo de jazz. Era todo tan onírico y surrealista, que su mente decidió darle el mando a su instinto. Fueron a casa de Pepe y pusieron jazz y unas copas. Esta es la fiesta que a mí me gusta ¡joder¡, dijo Vicente en voz alta sin darse cuenta. Todos se rieron. Siguieron charlando sentados en un sofá, Lorena junto a Vicente, Vicente junto a Lorena; ¿Vas a besarme algún día o eres un aburrido como estos? Vicente sin decirle nada se giró y la besó con todas sus fuerzas, las que todavía le quedaban después de tantas emociones; Vamos a tu casa, dijo Lorena, pues a partir de una edad las cosas directas son la mejor decisión; Está bastante lejos; Vamos a la mía entonces.

Llegaron y Vicente seguía con la sensación de que todo era un sueño, uno de esos sueños tan reales en el que todos tus deseos se cumplen, en el que la chica de la que estás enamorado se acerca para hablar contigo y acabas en su casa, ¿Sabría tocar el saxo?, se preguntó, sería una buena prueba para saber si era o no un sueño, pues tocarlo medianamente bien, lo delataría. Sueño o realidad, Vicente era feliz, esa era la verdad, aunque tarde o temprano descubriera que era un farsante, le daba igual y disfrutaría todo lo que pudiese, y si era un sueño, rogó no despertarse nunca, o por lo menos hasta el día siguiente, pues todos nos hemos despertado cuando hemos estado a punto de lo mejor... Ya saben. Comenzaron a besarse como dos adultos deseosos de hacer el amor, y como adultos que eran, lo hicieron sin ningún obstáculo de última hora que se lo impidiera. Describir cómo se amaron sería innecesario, todos los que se aman, se aman pensando que es lo más especial y bonito que nadie ha vivido, así que, baste recordar cada uno, si puede, aquel momento tan bonito y especial que tuvo, y será lo más parecido a lo que pasó. Por lo menos a él.

A la mañana siguiente Vicente despierta con una fuerte resaca y sin tener mucha conciencia de donde está y que ha pasado. Se da media vuelta y ve a la mujer de sus sueños dormida junto a él. No sabe que pasará, a dónde llevará todo aquello, pero le da igual, ahora está con ella, el resto no importa, sólo atiende a su leve respiración, tranquila, calmada, la mira dulcemente como una madre mira a su bebé dormir. Así estará como algo más de media hora hasta que ella se despierte, y al ver como la miraba le sonreirá y le dará un beso. Se levantaron para desayunar, era ya hora de comer, y ninguno quiso preguntar si volverían a verse, simplemente comieron algo tranquilos y sonrientes. Vicente se vistió y antes de marcharse le preguntó, ¿Querrás quedar algún día para tomar algo?; Claro, mañana si quieres podemos comer juntos. Acordaron la cita y Vicente se fue eufórico y creyendo que no era un amante más de sólo una noche.

Fly me to the moon
Let me play among the stars
Let me see what life is like on
A Jupiter and Mars
In other words, hold my hand
In other words, baby, kiss me

Durante todo el camino de vuelta a casa tuvo una enorme sonrisa que no fue capaz de disimular. Al llegar a su casa, su madre le espera con la comida recién hecha en la mesa; ¿Has comido ya?; Acabo de tomar algo; ¿Bueno me vas a contar lo que pasó?, aunque tu carita dice mucho; Pues resulta que Lorena, la cantante, vino a hablar conmigo, me presentó a su grupo, estuvimos toda la noche de fiesta y luego me fui a su casa. Gasté bastante madre, lo siento; Hombre hijo, una noche es una noche, que no recordaba ya que llegaras a estas horas; Mañana he quedado con ella, ¿Te importaría ir donde tu amiga y que cambie un poco la decoración?, no quiero que se entere que vivo con mi madre; Claro hijo, tú tranquilo que yo me esfumo, y cambia lo que quieras, pero no me tires nada a la basura.

Esa tarde fue al parque donde tocaba Marco, esperando que estuviera, pues era sábado y buen día para ganar dinero, ya que había más gente. La lógica de Vicente fue la correcta y ahí se encontraba Marco tocando su saxofón. Me tienes que enseñar a tocar, le dijo Vicente, y le contó la maravillosa historia con Lorena; Te pagaré lo que sea, pero tengo que aprender algo para mañana. Marco le sonrió ¡A ver qué podemos hacer! dijo, y se fueron a casa de Vicente. Estuvieron toda la tarde tocando, y Vicente, aunque llevaba quince años sin tocar, milagrosamente recordaba las notas básicas y la posición de los dedos. Aun así, tardó en aprenderse la melodía que Marco improvisó cuando le contó lo de su amor. Marco se fue y Vicente estuvo horas ensayando la misma canción, como quien memoriza una poesía que recitará al pie de la letra. Tenía buena memoria. Una vez en bachillerato, en clases de matemáticas, se memorizó una pagina y media de un logaritmo, paso por paso, sin entender absolutamente nada, que le mandó su profesora y que tuvo que exponer y desarrollar delante de toda la clase. Obviamente, Vicente no hizo el logaritmo, le pidió a su vecino, que era ingeniero, que se lo escribiera en un papel y se lo expusiera mientras él copiaba la explicación. Se lo memorizó durante toda la noche y lo expuso en clase con éxito. Aprobó la asignatura, pero no por el logaritmo, sino por la benevolencia de la profesora, que vio que era un auténtico negado para los números.

Estuvo toda la noche, sin soplar, pero moviendo los dedos y memorizando la melodía. Al día siguiente se reunió con Lorena para comer y por la tarde, como había previsto que ocurriera, Lorena quiso ir a su casa. Había escondido todo rastro que identificara que vivía con su madre. Le enseñó la casa y su colección de discos de jazz, lo que impresionó a Lorena, realmente era una colección asombrosa. Cuando Lorena vio el saxo apoyado en la pared quiso que tocara. Vicente tomó aire y rezó para que le saliera a la perfección; A ver, que improvise algo, dijo pícaramente, y comenzó a tocar nota por nota. Y es que de tanto oír jazz, podía memorizar a la perfección cualquier canción, y la que estaba tocando no era muy difícil. Acabó la canción y dijo, bueno, no toco muy bien, pero es lo que se me ha ocurrido al pensar en ti; Es preciosa, muchas gracias, ¿puedes tocar otra?; Pues me temo que no, e hizo una pausa pensando en que sería buen momento para contarle toda la verdad, pero no se atrevió y prosiguió diciendo, El viernes cogí frío y tengo la garganta destrozada, me he esforzado bastante para intentar tocar y por eso no soplaba con mucha fuerza; En ese momento Vicente descubrió que era un magnífico mentiroso; ¡Ay! pobrecito mío, que se resfrió el otro día, dijo cariñosamente Lorena.

La semana siguiente se las apañó para entrar unas horas antes a trabajar y quedar con Lorena después. Los días de la semana que no quedaba con ella pagaba a Marco, un precio bastante amigable, para que le siguiera dando clases. Así, sin darse cuenta, había recuperado la ilusión que había perdido de aprender a tocar el saxo. Casi no dormía entre el trabajo, quedar con Lorena y las horas de ensayos, contando los nocturnos silenciosos, pero estaba tan motivado que le sobraban las fuerzas. Su madre al verle tan contento accedía de buena gana a marcharse de casa cuando fuera necesario, habían dejado ya la nueva decoración, no quería ser un obstáculo en su piadosa mentira, pues consideraba que aunque mintiera, y ella no estaba a favor de las mentiras, esa era una causa que valía la pena y en la que participaría con la misma ilusión con la que participaba su hijo, y hasta esa misma ilusión la  tenía la amiga con la que se quedaba, pues se sentían como dos jovenzuelas celestinas y le habían cogido el gustillo a pasar las noches juntas.

Así llega el viernes que cierra la semana más feliz que Vicente y su madre pasan desde hace mucho tiempo. El día anterior Lorena le dio una entrada para que no tuviera que pagar, y Vicente le pidió otra para invitar a su amigo Marco, su cómplice y maestro. Sabía que le haría muchísima ilusión ir a ver el concierto y que lo apreciaría y disfrutaría igual o más que Vicente. Vicente se puso su traje y Marco se puso también el suyo, que le hacía mucho más respetable ¿Quién diría al ver por la calle a esos dos caballeros, tan arreglados, tan elegantes y tan firmes, que les encontrarías todas las tardes en un parque barriendo y tocando el saxo? hasta parecía que fueran ellos los que fuesen a tocar.

Se sentaron en una mesa, esta vez Vicente no iba solo, se pidieron una copa a la que les invitó Lorena también, y disfrutaron del concierto. En el descanso Lorena fue con ellos; Este es Marco, un compañero del trabajo; ¿Tú también eres profesor de música?; Sí, saxofonista, como Vicente, aunque no tan bueno como él, le siguió el rollo; Qué bien, pues encantada, ¿te está gustando el concierto?; Es una maravilla. Lorena se volvió al escenario para continuar. Y pensar que hace unas horas estábamos en el parque trabajando, dijo Vicente; La suerte aparece cuando menos te lo esperas, nunca hay que perder la fe, dijo Marco. Así continuó placenteramente la velada hasta que la suerte, de la que hablaba Marco, cambió para Vicente. Y es que ni mucho menos se esperaba que Lorena fuese a decir: Ahora quiero invitar a subir al escenario a una persona maravillosa que me ha robado el corazón y que también es músico como nosotros; Vicente no se podía creer lo que estaba oyendo y se quedó paralizado; Mi querido Vicente nos alegrará con una melodía al saxo; Vicente no se podía levantar del asiento, una cosa era haber perdido la timidez con Lorena y otra cosa era tocar el saxo en un club de jazz para los oídos más exigentes; Perdonadle, no se lo esperaba y es muy tímido, pero vamos Vicente que los nervios se van cuando tocas la primera nota. El público comenzó a animarle para que saliera: Viceeeeente, Viceeeente, Viceeeente y Vicente sin saber todavía por qué, se levantó; Recuerda lo que te he enseñado, dijo Marco, y subió al escenario. Sonrió y saludo tímidamente, cogió el saxo que le dejó el saxofonista de la banda y comenzó a soplar sin muchas fuerzas. Cerró los ojos y comenzó a leer mentalmente la partitura que se había memorizado. El resto de la banda comenzó a improvisar con él y poco a poco se le fue quitando el miedo y comenzó a disfrutar de la canción y a dejarse llevar levemente como te pide el jazz, pero una cosa es oírlo y otra cosa mucho más distinta es tocarlo, y Vicente estaba muy limitado. Salvó la situación como pudo y a juzgar por las caras del público, la canción no defraudó. La gente comenzó a gritar, Otra, otra, otra... Pero Vicente no se sabía de memoria más canciones. Bueno tengo que decir que yo fui quien sirvió de inspiración para que Vicente compusiera esta preciosa melodía, dijo orgullosa Lorena. Vicente la sonrió, pero al mirar a Marco su conciencia no fue capaz de robarle el mérito. Vicente, en vez de inventarse cualquier excusa, dijo:  La verdad es que yo no toco el saxo, lo dejé hace quince años y lo he retomado ahora porque estoy enamorado de Lorena, pero no puedo seguir mintiendo más; Lorena escuchaba sorprendida las palabras de Vicente; No sería justo decir que yo he compuesto esta canción, por eso tengo que invitar a subir a mi maestro Marco, el verdadero autor de esta preciosa melodía. Marco sube por favor y demuéstrales cómo hay que tocar esta canción. Marco subió al escenario para sacar del apuro en el que el mismo Vicente se había metido, y la verdad es que a Marco no le había importado que le robase la autoría, todo lo contrario, se sentía orgulloso de cómo la había tocado su amigo y alumno, pues para él la fama nunca había sido importante. Lorena en el escenario le pide explicaciones a Vicente, Lo siento mucho Lorena, soy un mentiroso, dice mientras se bajaba rápidamente y avergonzado del escenario. Lorena le sigue hasta fuera del bar. Mientras, dentro, Marco toca magistralmente el saxo bajo el asombro de la banda y del público, salvo algún cotilla al que le gustan más los cuchicheos que la música.

¿Cómo que no tocas el saxo?, no entiendo nada, ¿Te has vuelto loco? ¿Me puedes explicar que está pasando?; Verás Lorena, estaba enamorado de ti y por eso me invente que tocaba el saxo cuando viniste a hablar conmigo; ¿No eres profesor de música? ¿Y tu pasión por el jazz? ¿Y el saxo de tu casa?  ¿Y la canción que me compusiste?; No soy profesor, soy basurero, pero mi pasión por el jazz es real, eso no me lo he inventado, por eso iba al club todos los viernes, el saxo de mi casa me lo compró mi padre antes de morir y nunca aprendí a tocarlo bien, hasta esta semana que Marco me ha estado enseñando, fue él quien compuso la canción, yo solo me la aprendí y fingí que la había improvisado pero lo hice todo porque si te hubiera dicho la verdad nunca te hubieras interesado por mí; ¿Pero quién te crees para juzgarme de esa manera? ¿De verdad me crees así?, no me puedo creer como me has mentido todos estos días, y yo he sido tan tonta de creerte; Perdóname Lorena, he sido un estúpido, pero tenía miedo de perderte, estoy loco por ti, por eso te cuento la verdad ahora, porque no soy capaz de seguir engañándote, soy un miserable, no el profesor de música al que admirabas, sólo soy un simple basurero al que le gusta el jazz, no te puedo ofrecer nada, siento haberte hecho daño; Lorena no dice nada, sólo le mira llorando, vuelve al bar. Vicente se queda quieto un rato, hasta que su mente baja de la nube en la que se encontraba y comienza a andar hasta su casa. De camino volverá a sentirse como aquel Vicentín que perdió toda la ilusión. No se puede tener todo, pensará, por lo menos he sido saxofonista durante unos minutos, es verdad eso que dicen que todos tenemos nuestros minutos de fama, hasta Marco los ha tenido. Llegará a casa, y lo primero que hará es volver a colocar las cosas de su madre que había escondido, para que esté todo en su sitio cuando vuelva. Probablemente su madre también se desilusionará cuando le cuente la historia, Es lo que tienen las mentiras hijo mío, que tarde o temprano acaban por desmoronarse, pero tú no te desanimes y sigue aprendiendo a tocar el saxo, que toda la culpa es mía por no haber insistido que lo tocaras tras la muerte de tu padre, perdóname hijo, tendría que haberte apoyado para que no lo abandonaras; Tú no tienes la culpa de nada mamá, a ver qué madre se va de su casa  cada vez que su hijo quiere llevar a su novia. Así, madre e hijo, se irán consolando hasta volver a la normalidad de sus vidas.
 
Hasta aquí el relato, con su final amargo, para aquellos que necesitan que el personaje sufra, para aquellos que odian los happy end, para aquellos que necesitan una moralina, para aquellos que vomitan cuando leen relatos de amor donde el personaje se sale con la suya porque sí, porque así lo ha dispuesto el escritor, por que se saca de la manga los deux est machina cuando más le conviene, total, qué más da que Vicente aprenda a tocar el saxofón tan rápido, qué importa que Lorena le entré porque sí y se enamore de Vicente, qué ridiculez que sea basurero y viva con su madre, patrañas y fantasías del autor, que seguro que le hubiera gustado que le pasara a él, seguro que se le ocurrió el relato en el Green Mill de Chicago, en septiembre de 2011, mientras visitaba a un amigo que le llevó a la meca del jazz con su novia japonesa, seguro que el autor no tiene ni idea de jazz. Pues para todos esos, hasta aquí el relato.
 
Para los que creen en el amor, para todos esos a los que no le importe las lagunas, la verosimilitud de la historia, para todos aquellos románticos y enamoradizos, el relato continúa un poquito más:
 
Todo vuelve a ser igual, pensó el lunes por la tarde mientras barría. El martes fue a ver a Marco; No viniste ayer; Estaba ocupado con unos asuntos ¿Qué tal el viernes, disfrutaste en el escenario?; Ah, sí hermano, fue una gozada, la banda me propuso tocar algún día con ellos; Genial, me alegro, a ver si por lo menos tú puedes salir de esta plaza; Siento mucho lo que pasó; No te preocupes, tarde o temprano tenía que pasar, no podía prolongarlo más; Muchas gracias por invitarme a ir y decir que la canción era mía; No me tienes que dar las gracias, te las tengo que dar yo a ti por enseñarme a tocar el saxo, porque ¿siguen las clases en pie no?; Claro hermano, conseguiré que seas un verdadero saxofonista, para que no tengas que mentir más.

Vicente siguió cambiando las bolsas de las papeleras, cuando notó cómo alguien le tocaba el hombro. Vicente se giró para ver quién le llamaba y casi se le para el corazón al ver a Lorena; ¿Qué haces aquí Lorena?, pensé que no querrías verme nunca más; Eres un idiota, pero Marco me contó todo y después de estar estos días dándole vueltas, pensé que aunque me mintieras, lo que sentíamos el uno por el otro fue real, y no quiero perderlo; Pero ya ves que trabajo todos los días y no soy el hombre que decía ser; Me podré acostumbrar, además si te interesa podría hablar con los del club para que trabajases allí, así estarías oyendo jazz todos los días y podrías verme los viernes; Eso sería maravilloso, no sé qué te atrajo de mí, pero no creo que me lo merezca; No digas tonterías y dame un beso, que siempre te los tengo que pedir. Vicente la besó mucho más apasionadamente que la primera vez, hasta la cogió por lo alto y comenzó a dar vueltas con ella (añadan una música romántica de jazz para mejorar la escena) ¿Cómo has sabido que estaba aquí, te lo dijo Marco?; No, fui a tu casa y me lo dijo la señora de la limpieza, que por cierto, tampoco me dijiste que tenías una; Ya bueno, no es la señora de la limpieza; ¿A no, y quién es?; Es mi madre, se me olvidó decírtelo.

Esa tarde Vicente abandonó el trabajo sin avisar y a medio hacer, y se fue con Lorena a su casa para presentarle a su madre. Y es que cuando menos se esperaba Vicente encontrar la felicidad, más pronto la felicidad lo encontró a él, y todo fue como debía haber sido desde un principio. Y si algo aprendió Vicente fue, que nunca hay que abandonar un sueño, pase lo que pase, pues si pierdes los sueños, nada tiene sentido y todo se convierte en un mero trámite aburrido con el que te acostumbras a vivir.