CAPÍTULO VI: OPERARIO DE PISCINA

En esta vida hay que tener contactos y yo, por suerte, tengo algunos muy valiosos. Entre ellos está el de Anabel, la prima de mi madre, una de las mejores personas que conozco (me recuerda mucho a mi abuela Felisa que en paz descanse) y que siempre ha estado ahí para ayudarme, sobre todo en el tema laboral y, es a ella, a quien tengo que agradecerle que me consiguiera los siguientes trabajos que tan bien me vendrían para ganar dinerito para mis cositas y que me hicieron crecer profesionalmente, y si bien no madurar del todo, sí acumular nuevas experiencias y conocimientos que os relataré en este y posteriores capítulos. Entre los trabajos que me consiguió Anabel figuran los siguientes: operario de piscina, pinche de cocina en una residencia y vigilante de sala en el museo Reina Sofía. Empecemos por el primero: operario de piscina.

Corría el año dos mil diez y era el último año de carrera. En mayo me preguntó Anabel si me interesaba trabajar en una piscina que me pillaba al lado de casa. Serían los fines de semana en verano. Encima no había que hacer ningún curso ni nada, solo ir y que te dijeran qué tenías que hacer. Obviamente dije que sí porque en Agosto había planeado irme con mi amigo Javi a recorrer la costa andaluza en mi Chrysler Voyager, ya que, el verano anterior habíamos recorrido la costa Mediterránea, desde Santa Pola hasta Cadaqués, buscando localizaciones para su nuevo cortometraje “Efímera”. Con el anterior, “Cuídala bien” le había ido genial en festivales y para el nuevo había conseguido una subvención bastante suculenta. Le quitamos los asientos, le pusimos un colchón y tapamos las ventanas con unas cortinas; nos llevamos un camping gas (que no usamos) y fuimos de pueblo en pueblo buscando el sitio que reuniese todo lo necesario para poder rodar el corto. En muchos bares aunque ya sabíamos que no nos servía, les decíamos que estábamos buscando localizaciones para rodar una película, y nos solían invitar a copas. Por la noche volvíamos de fiesta y nos decían: los del cine!! venid a tomar unas copas. Conocimos a bastante gente y salimos todas las noches. Después dormíamos de mala manera en el coche y cuando a las diez de la mañana hacía un calor insoportable, nos íbamos a bañar y a lavarnos en las duchas de la playa; buscábamos algún sitio para comer, gastarnos parte del presupuesto destinado a localizar y partíamos al siguiente pueblo. Un día, mientras dormíamos en el coche, como hacía un calor infernal, salí y busqué un lugar tranquilo en la playa para dormir, una especie de pérgola de madera con tablas en el suelo que me pareció más fresquita que el infierno del coche; cuando me despertó Javi asustado porque no me encontraba, estaba rodeado de paralíticos en bañador; por lo visto era una zona reservada para ellos; dignamente me puse en pie, les saludé y nos fuimos a comer. Otra noche nos pillaron las fiestas de Palafrugell y acabamos en la plaza bailando el “Follow the lider”. Lo pasamos bastante bien, así que queríamos repetir otra vez por Andalucía y el dinero del trabajo me vendría de perlas. Ya sabía de antemano que no iba a trabajar todo el verano, pero esas cosas uno se las calla y las dice cuando más conviene decirlas.

Comenzó junio y las clases ya casi las habíamos terminado. Ese año rodamos el cortometraje final de carrera “Inmortal”, en mi pueblo y nos íbamos a graduar y acabar cinco maravillosos años para saltar al abismo del “y ahora qué” y la precariedad. A mí me había quedado solo una para septiembre, pero no era nada grave, nunca pasé ningún año limpio. Casualmente, el profesor que me suspendió, o mejor dicho, el profesor de la asignatura que yo suspendí, acabaría actuando al año siguiente en un cortometraje que dirigiría nuevamente en Las Hurdes.

Fui el primer sábado a la piscina, me presentaron al resto de trabajadores: algunos con bastante solera, otros novatos como yo, me dieron una camiseta verde oscura con el escudo de la Comunidad de Madrid, unas botas de agua negras y unos pantalones grises con unos cuantos bolsillos (todavía conservo toda esa ropa, y la utilizó para trabajar en las fincas. Trece años han pasado y la ropa está perfecta. Qué calidad de ropa joder y qué amortizada que está ya). Había varios puestos: uno era en la taquilla, vender las entradas a las cientos de personas ansiosas de bañarse y pasar el día de calor en el agua (coñazo y algo estresante); estar en el ropero guardando la ropita de los bañistas (bien); o estar dando paseitos por la piscina intentando en vano que cumplieran las normas básicas de uso y comportamiento (horror). Yo tenía turno de tarde y entraba en plena hora punta. Los compañeros de la mañana salían hartitos y nos daban el relevo con gusto. El turno de tarde tenía sus cosas malas y sus cosas buenas. Las malas es que entrabas a saco con el aforo a tope, y desde el principio ya te tocaba estar dando la casca: no se puede comer aquí, no se puede fumar, ¿porros, en serio?, controlaros un poco, no tiréis las pipas al césped por favor, no gritéis, os he visto colaros y un largo etcétera que yo no solía seguir a rajatabla; digamos que yo solía hacer de poli bueno, del enrollado que te deja hacer lo que te dé la gana mientras no la líes y le caiga una bronquita por tu culpa. Y así se lo solía decir: a mí me da igual lo que hagáis, pasadlo bien, pero si me echan la bronca por vuestra culpa me voy a cagar en todos vosotros y voy a ser el tío más pesao que os imaginéis. También era jodido no poder bañarte con el calorón y ver cómo la gente se paseaba medio desnuda y se metía al agua. No me gustaba mucho tampoco el griterío, la mitad de los días iba con algo de resaca y la combinación de calor y gritos era horrible. Tenía tres jefes: uno era el puto Terminator, no te daba tregua, a otro se la sudaba todo y no salía del despacho y otro era un tío majo de cara, pero por la espalda te podría clavar un puñal tranquilamente. Iban rotando. A Terminator le gustaba el rock, así que, para ganarme su simpatía y que no me diera la paliza constantemente, hablaba con él de música. Había algunos grupos de los que no había oído hablar nunca, pero yo le decía que eran buenísimos. También hablábamos mucho de cine y nos recomendábamos películas. Al majo me lo camelé también enseguida y le doraba la píldora un poco para que me pusiera en el ropero, que era donde más me gustaba estar. Y cuando venía el tercero, la piscina era un desmadre, pero se autogestionaba de maravilla. Menuda fauna las piscinas públicas, nunca me han gustado, pero estaba cogiendo el punto de trabajar en una de ellas.

Donde más me gustaba estar era en el ropero porque era donde más tranquilo y fresquito se estaba. Por suerte al resto de compañeros no les solía gustar y me tocó bastantes veces. Yo aprovechaba y como había una biblioteca portátil a la que nadie hacía mucho caso, cogía un libro y me lo leía durante las soporíferas horas de la tarde, muchas veces luchando contra el sueño. Allí descubrí a un escritor que me volvería loco y se convertiría al momento en mi escritor favorito: Hermann Hesse. Sin saber quién era cogí un libro titulado “El lobo estepario”, comencé a leerlo y me atrapó al momento: El día había transcurrido del modo como suelen transcurrir estos días; lo había malbaratado, lo había consumido suavemente con mi manera primitiva y extraña de vivir. Siempre me ha gustado leer, desde pequeño (con ocho años me leía libros infantiles y publicaba una reseña en la revista de Escuelas Católicas, que era donde trabajaba mi madre. Con quince años me leí la trilogía entera de El señor de los anillos porque el profesor “El tuiti” mandó leerse el primer libro para clase y yo no me enteré de que se iba a estrenar la película, así que, como mi abuela estaba en el hospital ingresada, aprovechaba las tardes mientras estaba con ella y me lo leía. También me había leído los libros que incomprensiblemente mandan en el colegio, por su dificultad a esas edades me refiero; libros como La Odisea y La Iliada, El sí de las niñas, El lazarillo de Tormes, El Quijote, Marianela, y una infinidad de clásicos que mis compañeros no se solían leer y yo sí, aunque muchas veces no me enterara de mucho. Ya en la carrera mis gustos versaron hacia el realismo sucio de Carver, Bukowski, Henrry Miller, Sánchez Dragó, Kennedy Tool, Salinger, Torcuato Luca de Tena, y una larga lista), así que para mí era una oportunidad perfecta para seguir leyendo y que encima me pagaran por ello. También estaba bien porque de vez en cuando alguna chica me preguntaba qué estaba leyendo y se ponía a hablar conmigo.

Otra de las cosas que me gustaba de la piscina eran los viejos. Al principio cuando me daban la casca con historietas yo me inventaba alguna cosa que tenía que hacer y me cambiaba de lugar, pero con el paso de los días y del aburrimiento, me acabó gustando hablar con ellos, más bien escucharlos cagarse en todo y hablar de tiempos mejores. El peor momento eran los minutos previos a cerrar; te convertías literalmente en un pastor llevando a todas las ovejas hacia los vestuarios y a la salida, pero una vez que se iban qué descanso, qué silencio, qué paz. Ese era el momento de fregar con un manguerote los baños y baldear el suelo, vaciar las papeleras y dejarlo todo en orden. Me encantaba ir con la manguera y echar el agua a presión e ir acumulando la mierda en una esquina. Después, cuando terminábamos, nos teníamos que esperar hasta las diez para poder salir, aunque no hubiera nada más que hacer. Algunos compañeros aprovechaban para darse un baño, pero a mí me daba bastante asquete, así que me daba una ducha en los baños y me tumbaba en el césped a esperar, o hablar por teléfono con una chica con la que estaba saliendo en ese momento.

Fueron días felices. Nos coincidió con algunos partidos del mundial y cuando no nos tocaba Terminator salíamos a un bar a ver la primera parte y a las diez volvíamos y fichábamos. Tuvimos la mala suerte de que la final nos tocó con Terminator, a quien el fútbol se la sudaba de una manera increíble, así que, por más que le rogamos, no nos dejó salir en la primera parte y la tuvimos que escuchar por la radio (fue bonito dentro de lo malo). Cuando nos dieron las diez, yo salí escopetado a casa de un amigo, que vivía a diez minutos de la piscina y donde estaban mis amigos viendo la final; corrí como un loco y pude disfrutar de la segunda parte y de la victoria de España y la fiesta que se vivió después.

A mediados de julio avisé de que en agosto no estaría. Me inventé que tenía que rodar un documental y que me daba mucha pena abandonarles, pero que era una oportunidad para mi carrera profesional; mentira cochina claro, ya sabéis a dónde iba y, esta vez, sin excusa alguna, más que estar quince días de pueblo en pueblo saliendo y pasándolo bien. Nos despedimos y ahí acabó todo, de momento.

En septiembre me iría a Estados Unidos tres meses, a aprender inglés, como ya comenté en un capítulo anterior, y la noche antes de irme, quedé con un amigo y dos amigas y salimos de fiesta por Metropolitano y al volver al barrio les dije que sabía por dónde se colaba la gente a la piscina y que si les apetecía darse un baño. Así que, nos colamos y nos bañamos desnudos, todo muy poético. Al día siguiente me fui a Estados Unidos a vivir otra aventura.

Al verano siguiente, pese a que me dijeron que si me iba no me volverían a llamar, me volvieron a llamar para trabajar en la piscina (los contactos, recuerden) y les volví a decir que sí. Esta vez era turno de mañana y toda la semana. Más horas, más dinero. De lujo. Durante ese año, dos mil once, y a mi vuelta de Estados Unidos, me estuve preparando para el examen de acceso a la escuela de cine de Cuba. Me quería presentar a la modalidad de guion. Estudié bastante, leí muchos manuales, me pasaba muchas horas en la biblioteca. También me saqué un curso de Ayudante de dirección en la Ciudad de la Luz. Había solo dos plazas para europeos; el examen se hacía en Madrid y nos presentamos unas veinte personas de todo el continente. La parte de cultura general no se me dio mal. Luego había que escribir un par relatos y por los resultados, el mío no gustó. Uno de los relatos hablaba de cuando estaba en catequesis y, desde la inocencia de un niño curioso, le pregunté a una compañera que si me enseñaba su cosita, yo le enseñaba la mía, pero el cura nos pilló y entró en cólera. El segundo relato trataba también de mi infancia, de cuando le clavé un dardo a mi hermano mayor en el gemelo, en la playa de vacaciones; mis padres se habían ido al hospital porque mi tío Carlos, el hermano de mi madre se estaba muriendo; yo no sabía muy bien qué pasaba, pero lo intuía, porque recuerdo que todas las noches rezaba para que no se muriera. En ambos relatos hablaba de mi relación con Dios y de las veces que había dejado de creer en él y las veces en las que lo había vuelto a encontrar. No aprobé. Me consoló que las dos plazas europeas las dejaron desiertas, mala promoción se ve que fuimos. Después de ese bajón (pensaba que me cogerían y pasaría tres años en Cuba aprendiendo a escribir y gozando) me apunté junto a mi amigo Alex al máster de guion de Salamanca, y nos cogieron.

En mayo volví a la piscina con gran ilusión, le había cogido mucho cariño y los compañeros, compañeras y jefes me caían bien. Pero ya sabía que les iba a volver a dejar tirados en agosto, porque me iba de voluntario a Honduras con la fundación Proclade, así que, nuevamente me callé y esperé a los quince días previos.

Ese verano estuvo muy bien, salvo los días que salía de fiesta, ya que, más de una vez, fui de empalmada. Las mañanas me gustaban más que las tardes aunque hubiera que madrugar o no dormir. Llegábamos y nos poníamos a baldear, arreglar alguna cosa del jardín, pintar las vallas o borrar los grafitis y después nos íbamos a desayunar al bar de al lado hasta que abría la piscina. A mí me gustaba pintar y hacer cosas del jardín, y era bastante rápido, hasta que varios compañeros me dijeron que por favor hiciera las tareas más despacio, porque sino, nos mandarían más. Intenté hacerles caso, pero siempre he sido un poco culo inquieto e ir a ralentí me resultaba complicado, pero no quería estar a malas con ellos, así que bajaba el ritmo. Les volví a contar la misma milonga del documental, que esta vez, aunque no fuera verdad del todo, tampoco era mentira, ya que mi intención en Honduras, aparte de ayudar y realizar todas las tareas que me mandaran, era grabar un pequeño reportaje. No sé si me creyeron o no, el caso es que me despedí de ellos, y me dijeron que entraría en una “lista negra” y no me volverían a llamar, pero la verdad, que dos añitos habían sido más que suficientes. Llegó agosto y me marché a Honduras. Adiós piscina.

Todo mi respeto a los operarios de piscinas públicas, para mí, uno de los trabajos más duros que hay, y no todo el mundo vale para ejercer como es debido.