CAPÍTULO V: CIUDAD FRONTERA

Escribo este capítulo escuchando el único e increíble disco del grupo de rock “Ciudad Frontera” que se grabó hace ya casi catorce años y que ha envejecido tan bien como un buen vino. El grupo lo formó Javier Macipe al poco de llegar a Madrid (año dos mil cinco, que se dice pronto). Javi venía de tocar en Zaragoza con su grupo “Pared con pared” y quería formar una nueva banda en Madrid, para triunfar como estrella del rock, como sueñan tantos adolescentes que se quieren comer el mundo en los escenarios. El primer día de clase yo ya lo calé, estaba apoyado en una pared con su chupa de cuero esperando a que empezaran las clases; como a mí se me había pasado echar el plazo de la matrícula me tocaron las clases de la tarde, no conocía a nadie y tenía el miedo típico adolescente del primer día, cuando se forman los grupetes y temes quedarte fuera. Por aquel entonces todavía se podía fumar en la Universidad, fue el último año antes de que lo prohibieran (nunca se me olvidará la imagen de un profesor enseñándonos cómo funcionaba una cámara de vídeo, cigarrillo en mano sin dejar que se le cayera la ceniza. Estábamos más pendientes de ver en qué momento se le caía que de la propia cámara, que era un trasto gigante), llegaba un poco tarde, y en el pasillo había ya una buena humareda y varios grupos formados; yo iba con una camiseta de los Scorpions y una chupa vaquera desgastada, llevaba un piercing en la oreja, un pendiente, greñas desaliñadas y una coletilla un poco gitana, andaba fingiendo seguridad para disimular mi timidez, me acerqué a Javi y le saludé y absurdamente le pregunté si quería ser mi amigo (como si tuviera cinco putos años), pero le hizo gracia y dijo que sí. A partir de ahí empezamos a salir bastante por la noche madrileña, que por aquel entonces era una auténtica gozada.

Javi me comentó su idea de montar el grupo y se puso manos a la obra. La formación inicial del grupo estaba compuesta por los grandes Adán Carreras, Javier Pellín y Eduardo Mesa (después lo sustituiría Leo Batista) y os preguntaréis qué cojones hacía yo ¿verdad?, porque esto va de contar mis trabajos, pues aunque esto no fuera un trabajo como tal, yo era el chófer del grupo, bueno y también hacía fotos de vez en cuando, pero revisándolas la mayoría están borrosas (aunque en algún currículum he llegado a poner: fotógrafo de la banda de rock Ciudad Frontera).

Por aquél entonces yo había heredado de mi padre la maravillosa Chrysler Voyager (en realidad la compartía con mis hermanos, pero solo la usaba yo), una monovolumen de siete plazas, con la puerta del medio corredera, una joyita con unos doscientos mil kilómetros a sus espaldas (con ella nuestros padres nos llevaron hasta Euro Disney. Mi hermano y yo íbamos en los asientos del medio y mi hermana solía ir tumbada en la parte de atrás para no marearse y nos obligaba a escuchar constantemente a Laura Pausini). Ya había hecho varios viajes con ella junto a mis amigos, pero fue con el grupo cuando más candela le metimos. El grupo empezó a hacer conciertos en Madrid, en la mítica “Boca del lobo” sobre todo, y en otros garitos. Y pronto les salieron bolos fuera de la capital y para eso necesitaban transporte, así que Javi me propuso llevarlos y yo, como siempre, no me pude negar. Pareciera que les estaba haciendo un favor, pero irse de gira con veinte años con un grupo de rock… No sé yo creo que el favor me lo hacían ellos a mí por brindarme esa oportunidad. Una de mis pelis favoritas por aquel entonces era “Casi famosos” y yo me sentía como en esa peli, salvando las distancias claro, desde un prisma mucho más castizo y caní. Cargábamos todos los instrumentos en el maletero y el pasillito del coche, haciendo un buen Tetris eso sí. El coche no tenía lector de Cds, pero yo tenía un casette con un cable que se conectaba en un discman y así es como escuchábamos la música en los viajes. En esos viajes conocí una barbaridad de grupos gracias a la sabiduría musical de Javi, Edu, Adán y Pellín y sin Spotify por aquel entonces, eso para mí era como descubrir el Santo Grial. En los conciertos mientras ellos estaban tocando, yo, como estaba sólo en el público la mayoría de las veces y era el único que se sabía las canciones, le decía a la gente que era el manager y que se acordaran del nombre del grupo porque lo iban a reventar. También lo hacía para que me invitaran a cubatas, porque andaba escaso de dinero como siempre. Y para ligar claro (no siempre funcionaba, bueno seré sincero, pocas veces funcionaba).

Tocamos (hablo en plural porque yo me sentía parte de la banda) en Cáceres, Zaragoza, Jaraíz e infinidad de pueblos de Aragón, a parte de Madrid claro, seguro que me dejo alguno importante. Y desde el día de antes yo ya estaba nervioso y feliz por vivir otra aventura. La ruta comenzaba en Marqués de Vadillo, que era donde vivía Javi en aquel entonces (todavía no estaba Madrid Río tan bonito como está hoy) subíamos por General Ricardos hasta Matilde Hernández (metro Oporto) donde vivía Adán (la cantidad de buenos momentos que hemos pasado en esa casa: conciertos, cenas, fiestas; en una recuerdo que había un grupo cubano y entre los invitados estaba una joven y desconocida Ana de Armas que todos nos queríamos ligar claro; grabaciones, allí rodamos el primer videoclip de la banda “Princesa canaria” todo un hit que debería haber sonado en todas las radios, conciertos después del grupo Decarneyhueso y más grabaciones, y un sin fin recuerdos, todos, en los que fuimos muy felices; en mi memoria guardaré también la última cena de despedida antes de que Adán dejara ese piso con esa azotea que tanto nos ha dado) y donde tenían el local de ensayos (en una sala de al lado, allá por el dos mil siete, estrené mi primer corto, codirigido y hecho con mucho amor (y poco conocimiento) con compañeros y compañeras de clase; después se organizó un concierto de la banda y una batucada (qué fiesta amigos, qué fiesta nos corrimos, cada uno de los que fue lo recuerda desde su perspectiva, la mía está algo nublada, pero creo que todos lo pasamos realmente bien)). Después de recoger a Adán en Oporto íbamos hasta Aluche a por todos los trastos de Pellín (qué bien suena una batería pero qué coñazo cargar con ella y todo lo que ocupa), recogíamos a Edu por Eugenia de Montijo y partíamos rumbo al pueblo que tocara. Rock and roll.

Podría escribir unas cuantas historias sobre los previos al concierto, los conciertos y las fiestas después de los conciertos, pero por cuidar mi reputación y la de los miembros de la banda lo dejaré para la imaginación de los lectores, tampoco hay que dar muchas pistas para que os hagáis una idea, ya lo dice el dicho: “sexo, drogas y rock and roll”. Solo contaré una que me hace especial gracia. Acabamos un concierto en Zaragoza y después teníamos que ir a un pueblo para dar otro concierto. Yo durante el concierto me esforcé sobre manera y no probé gotica de alcohol, ya que tenía que conducir y dentro de lo que cabe era responsable, no olvidemos que la seguridad de la banda dependía de mi destreza al volante, así que me tomé varios Red Bull para aguantar. Al acabar el concierto recogimos y cargamos todo en la Chrysler. Antes de salir de Zaragoza nos paró la Guardia Civil, control de alcoholemia. Yo no había tomado nada y sabía que iba a dar negativo, pero aun así me puse bastante nervioso, el Red Bull me había acelerado. El guardia civil me hizo soplar y yo siempre he tenido un pelín de asma, así que no era capaz de soplar lo suficiente; vuelta a empezar “perdón señor agente, estoy un poco nervioso”. El guardia me miraba muy sospechoso “sople mas cojones”, yo soplé con todas mis fuerzas hasta que casi me desmayo, pero conseguí que el pitorrito pitara y obviamente di negativo. Ante la duda del agente, que no para de mirarnos (el resto de la banda sí había bebido “un poquito”) me hizo bajar del coche y hacer esos típicos ejercicios de equilibrio que te mandan hacer para demostrar tu destreza, o torpeza. Me concentré y conseguí realizar todas las gilipolleces que me mandó hacer el guardia. Como seguía dudando, me obligó a abrir el maletero, yo le rogué que no me hiciera sacar las cosas, porque estaban metidas como encaje de bolillos y eso, le hizo dudar aún más al guardia, así que me hizo sacar todos los instrumentos y abrirlos. Al no encontrar lo que buscaba me dijo que circulara, y yo, un poquito cabreado, le dije que me podría ayudar a guardarlo todo otra vez; me miró bastante desafiante y se fue. Tardamos un ratito en volver a guardar todo otra vez. Y ahí estábamos, en mitad de la noche, en mitad de la carretera, en mitad de Zaragoza, guardando los instrumentos para seguir con nuestro viaje. Al poco de salir de la ciudad, ya entrando en otro pueblo, ¡zas! Otro control de alcoholemia. No me lo podía creer. Paré al lado del guardia y le enseñé el pitorrito “Buenas señor agente, me acaban de hacer soplar en Zaragoza y he dado negativo, no me importa volver a soplar, pero le pido con todo mi corazón que no me haga sacar otra vez todos los trastos del maletero”. Por suerte este guardia era más majo que las pesetas “Qué, ¿sois una banda de rock?”, “Sí, Ciudad frontera, venimos de tocar en Zaragoza y vamos a no recuerdo qué pueblo”, “Qué bien, pues tened cuidado en la carretera que no os salga ningún animalico” y nos dejó marchar.

En diciembre de dos mil ocho, ya con un buen puñado de canciones en la mochila, se comenzaron los ensayos para la grabación de lo que sería el primer disco, ese que lo iba a reventar y con el que se conseguirían muchos más bolos por toda la península. Nos fuimos una semana al pueblo de Javi, en Ariño (ya habíamos vivido otra bonita experiencia allí en dos mil seis, el rodaje de “Cuídala bien” y era como estar en casa, ya que los habitantes nos recibían con el mayor cariño posible). Allí nos dejaron una antigua casa (la del maestro) para que nos alojáramos. Los ensayos eran en el teatro. Mi función durante toda la semana, a parte de llevarles y traerles, fue la de cocinero. No es que fuera muy hábil, pero lo que importaba era la intención, así que me llevé unas cuantas recetas de mi santa madre y las puse en práctica y, mientras cocinaba para el grupo, la llamaba para que me fuera guiando. No hubo especiales quejas y se comieron todo lo que les di (ensayar da mucha hambre). Al acabar los ensayos se organizó un concierto como agradecimiento. Yo ayudé como camarero en la barra, pero como dije en el capítulo uno, no es que se me diera muy bien y, chupito que servía, chupito que me bebía. Tuve la suerte de conocer a una chica genial, de la que rápidamente me enamoré. A la mañana siguiente, con una buena resaca encima, yo me tuve que volver antes con Leo, el guitarrista, porque tenía que trabajar en Madrid. Fue bastante dura la vuelta, pero ya estaba acostumbrado a conducir largas distancias sin haber dormido mucho. Además estaba muy feliz de haber conocido a esa chica, de los ensayos, de esa semana compartiendo piso con todos ellos, del concierto, y no paramos de hablar y agradecer lo afortunados que éramos. A mitad de camino, por una nacional en mitad de Teruel y subiendo un pequeño puerto, nos empezó a nevar bastante. Leo nunca había visto la nieve (es Brasileño) y me hizo parar para tocarla. A mí no me hacía mucha gracia parar en mitad del puerto nevado (no llevaba cadenas y la Chrysler estaba algo viejita ya), pero solo por ver su cara de emoción paré y los dos disfrutamos como niños jugando con la nieve. Llegamos sanos y salvos a Madrid.

A los meses siguientes comenzó la grabación del disco en Zaragoza, en el estudio de Rafa Domínguez, quien había sido guitarrista de ¡Enrique Bunbury! uno de los ídolos de Javi y mío. Yo ahí no tenía nada que hacer, pero cada vez que podía me escapaba para ver la grabación, y así tenía la excusa de quedar con la chica de la que me había enamorado, que vivía en Zaragoza. Fueron días muy excitantes y bonitos; ver cómo se iba haciendo el disco, yo que nunca había estado en algo parecido, fue una pasada.

En dos mil nueve y dos mil diez la banda dio unos cuantos conciertos más, pero ser músico es una profesión muy complicada, es una carrera de fondo y la cosa se fue desvaneciendo poco a poco hasta que finalmente el grupo se deshizo.

Doy gracias por haber sido parte de ese sueño, que aunque no fuera a más, nos dio mucho y nos hizo conocer a personas geniales, pasarlo piruleta y vivir, que es lo más importante. Ojalá algún día, quién sabe, a la banda le de por volver a juntarse, como hicieron los “Héroes del silencio” en dos mil siete (concierto por cierto que pude disfrutar en La Romareda junto a mi hermano y primos) y regalarnos un par de conciertos, no sé, yo lo dejo caer (eso sí, yo ya no tengo energías para pegarnos esas palizas en la carretera).

Todo mi respeto a los chóferes, sobre todo de bandas de rock, para mi uno de los trabajos más duros que hay, y no todo el mundo vale para ejercer como es debido.
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Os dejo un vídeo y unas fotos para complementar la lectura:
https://www.youtube.com/watch?v=08SHBZpkEbk